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Ochomilismo | Rápido y en solitario

Ueli Steck completa una nueva ruta en la cara sur del Annapurna

El suizo lo ha logrado en su tercer intento, y necesitó tan solo 28 horas para subir y bajar el ochomil. Afirma que ha rozado su límite.

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Andoni ARABAOLAZA

Ueli Steck nos tiene acostumbrados a actividades rápidas y técnicas; algunas veces en solitario y otras en cordada. En esta ocasión ha dado un paso -muy grande, por cierto- en su trayectoria, al realizar una audaz y perfectamente ejcutada actividad en la cara sur del Annapurna (8.091 m). El pasado día 10 hacía cima hacia la dos de la madrugada tras escalar una nueva línea completando, eso sí, la iniciada por Jean Christophe Lafaille y Pierre Béghin en 1992. Es decir, casi 600 nuevos metros, ya que los franceses se retiraron a unos 7.500 metros de altura.

Para dicha actividad en solitario, para un ida y vuelta en la potente cara sur de la montaña, solo necesitó invertir 28 horas. Y lo ha conseguido al tercer intento. En el primero, en el año 2007, se retiró tras recibir un fuerte golpe de una piedra en la cara. Un año más tarde dejó su segundo intento para ir a rescatar a Iñaki Otxoa de Olza. En este tercero iba acompañado de Don Bowie, pero el canadiense no se sintió del todo preparado para intentar una escalada tan técnica y sin cuerda.

De esta forma, Steck entra a formar parte de ese reducidísimo grupo de alpinistas que se ha atrevido -y ha conseguido- firmar en solitario una gran actividad en un ochomil, uniéndose a los Reinhold Messner, Pierre Béghin, Krysztof Wileecki, Pavle Kozjek... En la siguiente crónica, es el propio protagonista quien nos relata los detalles de su actividad de 28 horas.

28 horas

El 9 de octubre, a las 5:30 de la mañana, comenzamos. Dan Patitucci y Jonah, Don Bowie y yo, nos trasladamos hasta la base de la vertiente. Finalmente todo encajó, el tiempo era correcto, aunque el viento era bastante fuerte. Don Bowie, mi compañero, decidió en la rimaya no entrar en la pared. Dijo que escalar la vertiente sin cuerda era demasiado exigente técnicamente. Y esa es la premisa básica para una ruta como aquella. Desde la rimaya escalé solo. En el primer momento fue difícil para mí pasar a escalar en solitario, pero las buenas condiciones me ayudaron a concentrarme rápidamente en la escalada. Una vez más, todo encajó. A 6.100 metros habíamos dejado algo de equipo. Las semanas anteriores habíamos aclimatado en la pared y habíamos dejado cuerda, tienda, hornillo y algo de comer allí arriba. Empaqué la tienda y el hornillo en mi mochila. Dejé allí la cuerda, puesto que ya llevaba una de 6 milímetros que cargué desde el CBA. Dejé el saco de dormir por razones de peso, con el gas, comida y la cuerda y lo fijé todo a un gancho.

La ascensión hacia el headwall fue relativamente fácil. Desde los 6.600 metros tuve viento y purgas de nieve. Escalé hasta debajo del headwall. Allí, quería montar mi tienda y esperar. Tenía diferentes posibilidades ante mí: esperar hasta que aflojara el viento y pudiese continuar escalando, o bien descender el día siguiente. Como no encontré un lugar protegido, empecé a descender. 100 metros más abajo encontré una grieta. Resultó ser un lugar perfecto para vivaquear, y pude colocar mi tienda protegida del viento y de las purgas de nieve. Entonces comí y bebí mucho. Mientras tanto, el sol ya se había puesto y todo se calmó, tal como ya había visto desde el CBA que había pasado la tarde anterior. Era exactamente lo mismo: tan pronto como oscureció, llegó la calma. Esa era mi oportunidad.

Estaba seguro de que al día siguiente el viento volvería a soplar otra vez, así que mi única oportunidad consistía en alcanzar la cumbre durante la noche. El headwall era una línea de hielo y neveros, con lo que era un camino posible de recorrer durante la noche. Aproximadamente una hora después de haber alcanzado el vivac, retomé mi ascensión. Durante cortos tramos, el hielo o la nieve eran bastante finos y un par de veces tuve que escalar en roca.

Sorprendentemente, la pendiente no era realmente vertical, excepto en un par de puntos. O sea, que era el terreno ideal para escalar en solitario, un terreno en el que escalo de forma extremadamente eficiente. Tenía eso en mente todo el tiempo. El aire fino a 7.000 metros no es aún el de la zona de la muerte. A esa altura me podía mover con bastante facilidad. Sólo el frío era un problema.

Un par de horas antes de la salida del sol quería fotografiar el headwall con la intención de disponer de una imagen nocturna general cuando se me vino encima una purga de nieve. Sólo pude agarrarme a mis piolets para no ser barrido de la pared. En este incidente perdí una de mis manoplas y mi cámara fue arrastrada pared abajo. A partir de ese momento tuve que escalar con mis guantes. La manopla que me quedaba me la fui cambiando de mano, dependiendo del frío que sintiera en cada una.

El headwall se presentó más corto de lo que pensaba, aunque es difícil de decir cuántos largos, ya que no utilicé la cuerda. Siguiendo mi instinto llegué a la parte más alta bastante rápido. Allí, me di cuenta por primera vez de dónde estaba realmente y lo que eso significaba. Ahora se trataba solo de luchar contra el viento. Fui avanzando paso a paso, sin dejar de decirme a mí mismo «solo lucha, solo lucha» una y otra vez.

Cuando alcancé la arista cimera, apenas podía creerlo. Era de noche, el cielo estaba lleno de estrellas y la arista bajaba delante de mí. Con mi altímetro lo comprobé todo muy cuidadosamente, seguí la arista y supe que estaba en el punto más alto.

No estuve ni cinco minutos allí arriba antes de comenzar a descender. Todavía estaba totalmente en tensión. Mi objetivo era alcanzar la rimaya y entonces todo estaría bien. Tenji, Don y Dan salieron a mi encuentro en el glaciar. Me habían seguido todo el tiempo mientras escalaba y ahora venían hacia mí. Tenji llevaba una Coca-Cola, pan y una manzana para mí. Es simplemente fabuloso. Lo hice. Ahora todo ha terminado y ya son los otros quienes toman las decisiones. La tensión disminuye. El 10 de octubre de 2013, a las 9:30 de la mañana, todos estábamos de vuelta en el campo base.

«Creo que he rozado mi límite personal»

«Pienso que esta vez he tenido suerte. Estaba muy bien preparado y me encontré con una condiciones que rara vez pillas en actividades de estas características en un ochomil.

Para mí el rendimiento es lo principal. Me encantan rutas que son duras y difíciles. Y todo ello lo he vivido en la cara sur del Annapurna. He escalado en solitario y de noche. Que te amanezca en la cima no es lo más importante para mí, aunque también lo disfruto. Para mí lo importante es la escalada, la realización de un proyecto. Soy muy ambicioso e intento explorar mis límites. Aunque en esta ocasión pienso que he encontrado mi límite en altitud. Si escalo algo más duro que esto creo que me mataré.

Trato de concentrarme en mi escalada en la medida de lo posible. Es lo que me gusta hacer. Es cierto que escribí un sms muy corto diciendo que logré mi objetivo. Escalé el Annapurna para mí. Es muy egoísta, pero ha sido la mejor experiencia de mi vida. Tuve a mi lado un equipo brillante que me apoyó. Don me dio la oportunidad de probar. Fue impresionante.

Durante toda la escalada no tuve dudas sobre si iba a lograr la cima o no. Solo hubo un momento de desconcierto, concretamente cuando perdí una manopla.

Fue divertido pisar la cima. No sentí nada del otro mundo; no había nada más que subir. Lo único que podía hacer era descender. Eso fue todo, así que empecé a bajar. La verdad es que solo pasé cinco minutos en la cumbre.

Mi fuego interior arde de nuevo. Estaba casi extinguido tras los sucesos de la pasada primavera en el Everest. Aquello fue muy duro y trato de olvidarlo. Escalar de esta forma el Annapurna me ha hecho feliz, y creo que estoy empezando a encontrar de nuevo esa diversión que tenía en la vida. Intentaré seguir así». Andoni ARABAOLAZA

solitario

Ueli Steck realizó una actividad muy rápida en la sur del Annapurna. Solo necesitó 28 horas para subir y bajar el ochomil.

A la tercera

El alpinista suizo logró su objetivo tras abortar sendos ataques en el 2007 y 2008. Steck ha completado la línea de Lafaille y Béghin de 1992.

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