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Carlos GIL | Analista cultural

Pensar

 

Aveces nos da por pensar. ¿De dónde sale el pensamiento? Leyendo a los surrealistas, pensar podría ser lo contario de crear. O de creer. El impulso de un verbo que asciende por el occipital y se convierte en un deseo parece una actividad autónoma de unos circuitos integrados en nuestro cráneo. Poesía automática. Como esa voz del GPS que nos advierte de lo incierto. Como ese acto reflejo cuando nos pica un mosquito con alevosía y nocturnidad. Palabras cruzadas por rayos y rayas. Señales falsas en el laberinto

Pensar lo obvio. O sobre lo obvio. Pensar como verbo agropecuario: pienso. Orgánico o sintético. La actividad cultural fuera de los límites del convenio colectivo, de la ley de régimen local o del estatuto del funcionario. Una acción cultural debe provenir de un pensamiento o de un decreto. Ahora se cruza otro verbo maldito: contextualizar. Números desde el Excel o ideas desde el documento convertible. La grosería de contabilizar antes de pensar nos lleva al abismo: mandan los bits sueltos que se organizan en facciones falangistas contra el progreso.

La inercia es un tic neurovegetativo que se instala en el sistema para evitar cualquier pensamiento que pueda provocar un esfuerzo nuevo. La gestión cultural se resume en un power point que se repite como un calendario ágrafo donde pensar se considera una función desproporcionada y obsoleta. Una reminiscencia del pasado excluida por ineficaz y comprometedora. En este mundo ideal de cultura franquiciada y prefabricada el pensamiento es un flor ornamental. La única filosofía aplicable es la que se resume en una pregunta trascendental, ¿justo el resultado? Me lo pensaba.

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