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Apología de la no-solución en Madrid

La concentración que reunió ayer en Madrid a miles de personas contra la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos fue un acto de apología de la no-solución. Bajo la cobertura del apoyo a las víctimas de ETA, los asistentes expusieron su rechazo a encarar la resolución del conflicto en términos, no ya democráticos, sino de sentido común y respeto a los derechos humanos. De la mano de la AVT, colectivo que tiene una ideología bien definida y muy escorada a la derecha, el centro de la villa castellana se convirtió en escenario de una exaltación de la venganza y la perpetuación del sufrimiento.

La escenografía de la movilización recordaba a las que hace cuarenta años se convocaban en la plaza de Oriente, y no es casualidad, pues el corpus social de los asistentes es el mismo. La profusión de símbolos y saludos fascistas entre los asistentes a un acto con destacada presencia de líderes del PP -también acudió la presidenta de Nafarroa, Yolanda Barcina- da la medida del extremo ideológico en el que se ubica el partido gobernante, incapaz de hacer el tránsito desde la cerrilidad de gran parte de su base social a posiciones democráticas. El Estado español, que no depuró sus estructuras después de décadas de dictadura franquista, se ha inclinado drásticamente hacia la extrema derecha, y es ese sector el que marca la agenda política.

El problema para los mandatarios españoles es que las imágenes de personas envueltas en rojigualdas con el brazo en alto y cartelería exigiendo la pena de muerte, que han podido ser vistas en todo el mundo, son una paupérrima carta de presentación para quien acaba de ser condenado por vulnerar derechos humanos. Un lamentable espectáculo que se suma a un hecho tan inaudito como que representantes del partido en el Gobierno califiquen de infame o humillante el fallo de Estrasburgo. La España verdadera, la que aun lleva las riendas del Estado, se desnuda ante la comunidad internacional con un mensaje de odio y de insumisión a los más elementales estándares democráticos. Y de paso, agigantó la brecha que le separa de un pueblo, el vasco, que ha pasado de no quererla a no soportarla.

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