Hay quien dice de los perros que al final terminan por parecerse a sus amos. Otros aseguran sin embargo que son los amos quienes acaban por semejarse a sus perros. Poco importa si el resultado es el mismo. La cuestión es que los hay que afirman que algo muy similar ocurre con los países. Y viendo ése que llaman España y a ese señor que se aferra al poder como a sus muletas, la afirmación parece cierta.

Porque aquel delfín del dictador que se reconvirtió de la noche a la mañana en demócrata de postín es el espejo de su país, envejecido en sus estructuras, anticuado en su discurso, lastrado por una imagen de pueblo vividor ya asombrosamente indolente ante una corrupción que alcanza a los más altos niveles de los aparatos del Estado. Porque ese Rey que se resiste a abdicar es como ese país que se obceca en impedir una reforma de su armazón que lo adecue a los nuevos tiempos. Porque ese monarca que se somete a operaciones que lo perpetúen en el trono es como ese país que estudia ahora pequeñas cirugías que impidan la hemorragia independentista en Catalunya, como si creyeran que un cambio estético perpetuará la concepción actual del Estado. Porque ese general en jefe del por qué no te callas es como ese país que pretende poner una mordaza a las consultas populares bajo el pretexto de que la soberanía no radica en el pueblo, sino en Madrid.

El milagro español, si se da, no será el económico del que habla Montoro, sino político. Veremos si ese país que llaman España y que hoy día se sujeta con muletas es capaz de sostenerse mucho más tiempo de lo que lo hará que su amo. Por de pronto sus perros ladran, luego cabalgamos.