CRíTICA: «La vida de Adèle»
Liberación sexual e intelectual de una adolescente
Mikel INSAUSTI
A este lado de la muga encontrar adolescentes que lean es poco menos que un milagro, pero dentro del cine francófono no resultan tan raros, y menos aún en las películas de Abdellatif Kechiche. «La vida de Adèle» es una continuación del universo literario escolar que el cineasta de origen tunecino ya reflejó en «La escurridiza, o cómo esquivar el amor», una actualización muy sui géneris de textos clásicos de Marivaux. El autor dieciochesco vuelve a servir de inspiración para su nueva realización, ahora a través de su obra «La vie de Marianne», de la que toma el título. Con ello se aleja del cómic original de Julie Maroh en que se ha basado, para disgusto de la creadora de «Le bleu est une couleur chaude». La rebautizada Adèle es una lectora precoz, no solo de Marivaux, también de Choderlos de Laclos, Jean-Paul Sartre o Francis Ponge. El dibujo le es más ajeno, y, cuando su amiga discute con otros artistas plásticos sobre las diferencias entre Gustav Klimt y Egon Schiele, se pierde.
A los 14 años la protagonista posee ya un desarrollo intelectual que otras personas nunca alcanzarán a lo largo de su existencia. Esa madurez le lleva a una liberación sexual, que nunca será compartida ni entendida por sus compañeras de instituto. El vivir y experimentar tan rápido comporta sus daños emocionales, de los que la joven Adèle tardará en recuperarse, suponiendo que sea capaz de dejar atrás algún día una etapa así de pasional y desprejuiciada.
La actriz Adèle Exarchopoulos, que da nombre al personaje para mayor implicación, debuta en un papel estelar con un nivel de exigencia de todo punto excesivo. Habrá quien piense que en nombre del arte todo está justificado, pero yo no lo veo así, señor Kechiche. Cierto es que ella tiene en la vida real 19 años, por lo tanto es mayor de edad y nadie la obliga a actuar, incluso bajo la máxima presión, como es el caso. Ha sido exprimida hasta la última gota de su vitalidad, vampirizada y sometida a un seguimiento obsesivo por la cámara en planos detalle de su cara y de cada rincón de su cuerpo.