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Fede de los Ríos

Las monjas misericordiosas

Es una tradición española desde los tercios de Flandes: antes perder el territorio que un acuerdo con condiciones. Acordaros que perdieron Cuba y volvieron cantando

Cuando en el televisor aparecieron monjas con un cartel que rezaba «Justicia para un final con vencedores y vencidos», percibí de manera nítida como mi hipotálamo emitía señales de alarma al tiempo que notaba arrugarse el escroto cual pasa sultana y el denominado miembro viril (vaya usted a saber el porqué de tan ridículo nombre) realizaba un acto introspectivo al más alto nivel. Desapareció ipso facto.

Al que suscribe, servidor de ustedes, que no cuenta entre sus virtudes con la valentía. Hombría y virilidad ya a temprana edad le provocaban no ya una risa floja sino incontenibles y espasmódicas carcajadas. Así que, es ver a unas monjas con aspecto victorioso exigiendo la derrota de otros y al momento, el asombro se transforma en canguelo. Da igual si la que habita dentro del hábito luce labio piloso, frente uniceja y su naso soporta el peso de dorados anteojos o, por el contrario, aporrea una guitarra acompañada rítmicamente con suave cabeceo y aflautada voz. Yo en cuestión de monjas desconfío hasta de Sor Citröen. Era escuchar el canturreo de «Dominique nique nique...» en labios de Sor Sonrisa y al momento un malestar generalizado inundaban mi maltratado cuerpo y mi atormentada alma.

Por eso cuando las vi exigiendo victoria, flanqueadas por imperiales águilas rojigualdadas que decoraban la manifestación en Madrí convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), al momento comprendí que yo, que no me he pegado ni de pequeño, al igual que la mayoría de mis ancestros predecesores, pertenecía de manera clara y distinta al bando de los vencidos.

Es tal el apasionamiento y la debilidad de las sores por el adoctrinamiento para evitar la desazón que, a menudo, producen el pensamiento y las ideas, que lo mismo abrazan la doctrina católica que la doctrina Parot.

No convence a las de las tocas el abate Morelly que, allá por 1755, en su «Código de la Naturaleza o el verdadero espíritu de sus leyes» afirmaba: «Concluida la pena estará prohibido a cualquier ciudadano hacer el más mínimo reproche a la persona que la ha cumplido o a sus parientes, informar de ella a las personas que la ignoran e incluso mostrar el más mínimo desprecio hacia los culpables, en su presencia o ausencia, bajo pena de sufrir el mismo castigo». Eso igual en Francia, pero en España el que la hace, si es del bando enemigo, la paga, sin remisión posible como quería el blando de Franco. Estaría bueno que Galindo y sus bravos hubiesen pagado su gallardía, a veces excesiva, con largas condenas mientras los terroristas responsables de atroces crímenes, entran por una puerta y salen por la otra.

No puede haber paz sin rendición incondicional del enemigo ni aun pagando las penas que la ley exige. Es una tradición española desde los tercios de Flandes: antes perder el territorio que un acuerdo con condiciones. Acordaros que perdieron Cuba y volvieron cantando. Seguro que el acompañamiento musical con guitarras y bandurrias corrió a cargo de unas Siervas del Señor.

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