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Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

This magic moment

Momentos mágicos, quién pudiera guardarlos en cajitas y abrirlos de vez en cuando para recrearse...

Se van y no vuelven. Pero siempre queda algo de algunos momentos que vivimos. El tiempo, efímero, cruel y desinteresado, no pide permiso para avanzar y arrastrarnos. No hay nada que retenga instantes, aún nadie ha podido inventar esa máquina (de la teletransportación, ni hablamos) que nos permita guardar olores, sensaciones, pálpitos, pensamientos, imágenes, sonidos... Ni siquiera el cine puede. El viaje sigue, generaremos nuevos momentos, cada día. No todos son mágicos, a decir verdad, pocos lo son. Puede que los que están por llegar solapen a los anteriores en los recovecos de nuestra memoria, o no, o quizá se quiebren y acaben en sacos agujereados. Momentos mágicos. Quién pudiera guardarlos en cajitas y abrirlos de vez en cuando para recrearse. Esos que, como dijo Celaya, nos hacen felices y tontos. Momentos sin palabras, en los que las miradas bastan. Momentos con palabras que arrancan carcajadas, de esas infantiles y despreocupadas, provocadas por el lado más naif y salvaje de la vida. Momentos que te pillan por sorpresa y a los que dejas pasar, para qué resistirse, aunque lleguen aparentemente tarde. Me los quiero quedar todos de un modo egoísta, seducida por la incapacidad de controlarlos. Y esos momentos tienen música y banda sonora y por ellos merece la pena pasearse por aquí, y por allá. Buscarlos o tropezarse con ellos, vivirlos u observarlos desde la distancia, empatizando y haciéndolos nuestros, desde nuestras ventanas o saltando desde ellas. «Tanta belleza que, durante un instante, la muerte o la ambición, incluso el amor, no tienen cabida aquí. Felicidad. Llega de forma inesperada. Y sigue su camino, realmente. Cualquier madrugada te lo dice.» Cualquier madrugada lo anuncia, como en la poesía de Carver. Los momentos mágicos se deslizan solos y a su lado vamos componiendo nuestra banda sonora favorita, esa que Lou Reed prometió, mintiendo, que duraría para siempre.

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