Mikel INSAUSTI

Ya no sorprende tanto que una de las películas más terroríficas de la temporada sea un documental, debido a que el documentalismo va apropiándose cada vez más de fórmulas narrativas que antes pertenecían a la ficción. «Blackfish» trata la amenaza animal sin complejos, como lo haría una película con argumento, desde el convencimiento de que posee imágenes reales tan o más impactantes que las que pudo inventar en su día Steven Spielberg para «Tiburón». No por casualidad, en su montaje incluye fragmentos de la muy similar realización de Michael Apted «Orca, la ballena asesina». En ella se relataba la venganza de un gran cetáceo contra los humanos causantes de la muerte de su cría.

La referencia sirve para establecer una equiparación entre el dolor animal y el humano, algo que reflejaba muy bien Jacques Audiard en su reciente «De óxido y hueso». La entrenadora accidentada en un parque acuático a la que daba vida Marion Cotillard es como cualquiera de los entrenadores que intervienen el documental, con la diferencia de que «Blackfish» se inspira en el caso verídico de Dawn Brancheau, quien resultó muerta en el año 2010 por el ataque de la orca Tilikum.

De los testimonios, tanto en vídeos de las fatales acrobacias acuáticas como en las posteriores entrevistas a los testigos, se deduce una clara responsabilidad por parte de los responsables del parque temático SeaWorld, quienes se niegan a aparecer ante las cámaras. Dicha notoria ausencia, al igual que sucede en otros tantos documentales, escamotea la posibilidad de un debate más abierto. La consiguiente focalización del proyecto pasa obligadamente por la denuncia frontal, a la que la realizadora televisiva Gabriela Cowperthwaite imprime, por pura deformación profesional, un aire sensacionalista.

La mayor fuerza de «Blackfish» reside en unas angustiosas grabaciones que hablan por sí mismas, sin necesidad de una especial tensión en el montaje o de unos trucos de sonido que sobran.