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Joxe Mª Sasiain Arrillaga Licenciado en Geografía e Historia

Sobre el concepto de nación

La disparidad conceptual en torno al término «nación» en el debate sobre el actual impulso independentista en Catalunya o Euskal Herria inspira el artículo de Sasiain, quien ofrece diferentes definiciones y realiza un repaso histórico para situar el surgimiento del proyecto de nación española y su evolución hasta un nacionalismo «temeroso y agresivo» a raíz de la aparición de los nacionalismos catalán y vasco.

La polémica política que gira sobre la posible independencia de territorios del Estado español trae a la actualidad la divergencia conceptual existente en ámbitos políticos e intelectuales con respecto al significado último de términos como estado, pueblo y nación. Ciertamente, esta no es de ahora. Ortega y Gasset, en su obra «La rebelión de las masas» (1931), lo constataba: «es sabido que todavía no se ha logrado decir en qué consiste una nación». Sin pretender aportar ningún dato que contribuya a resolver la cuestión, por lo visto hasta ahora irresoluble, me conformaría con contribuir a incitar la curiosidad sobre el significado de los conceptos aludidos.

Existen múltiples definiciones de nación. Max Weber ponía su atención en el aspecto dinámico de su formación: «...se vincula a la idea de una organización propia, ya existente o a la que aspira». Otto Bauer, por su parte, incide en el aspecto material y en los diferentes grupos sociales que la conforman: «...proceso de integración del desarrollo económico, de las modificaciones de la estructura social y de la articulación en clases de la sociedad». Joseph Stalin, a su vez, hace hincapié en la permanencia de la nación cuando precisa que una nación «es una comunidad estable». La mayoría de autores que se han ocupado del tema incluyen aspectos sustanciales como lengua, cultura, historia en común, territorio, economía, en los que no faltan los mitos fundacionales, incorporados por el Romanticismo, como son la raza y la procedencia mítica de sus fundadores.

La realidad nos pone delante una evolución compleja del hecho nacional. La nación es una construcción intelectual, también emocional e historiográfica, pero sobre todo, se identifica por formar parte de una categoría social. En mi opinión, la nación se distingue por formar una comunidad con voluntad política que refuerza su particularidad y cuenta con la determinación necesaria para ir definiendo su futuro. No todos los pueblos o comunidades alcanzan la categoría de nación así definida, a pesar de contar con una identidad propia, cultura y tradiciones. Por ello, lo esencial, insisto, es la formación de una conciencia colectiva que se formula políticamente, penetra entre las diferentes clases sociales y actúa en un sentido político-social de autoafirmación.

Desde posiciones políticas progresistas se ha pretendido elaborar un concepto de nación española con raíces democráticas. La incongruencia, por demás evidente, de proyectar la España actual como un estado-nación unitario obliga a sus defensores a formular definiciones tales como: estado plurinacional, nación de naciones o similares. Son términos que conducen a la confusión y no aciertan con la descripción representativa de la realidad actual, siendo como son posibles alternativas a concretar en un futuro, de muy difícil plasmación, vista las nuevas opciones independentistas que surgen de las naciones que conforman el actual Estado español.

Recurriendo a una simplificación expositiva, la historiografía, con respecto a la formación histórica de España, se divide entre aquellos que estiman que esta existe desde antiguo como nación y los que entienden que la nación y el nacionalismo, como manifestación política, surge a finales del siglo XVIII. Los primeros sitúan su formación en época visigoda o, alternativamente, toman como referencia la unificación dinástica que protagonizan los Reyes Católicos (Castilla-Aragón), en una primera fase, y la anexión violenta de Nafarroa impulsada por Fernando II de Aragón, a continuación. Los segundos fijan en la formación de los Estados Unidos de América y la Revolución Francesa los hitos fundacionales del concepto de nación. En el marco de la segunda opción, en España, la Constitución de 1812 sería el punto de partida de la defensa de la nación como ente vertebrador de la soberanía nacional y, a su vez, la línea de fisura con el Antiguo Régimen.

Además de la lectura de la historia al servicio de la política, la identificación entre pueblo y nación puede ayudar a generar cierta confusión. Los pueblos pueden existir al margen de sus manifestaciones políticas, integradas en estructuras políticas como la nación o el estado. De hecho, el pueblo vasco -sólo es un ejemplo- existe desde lo más remoto de los tiempos en sus manifestaciones antropológicas, culturales, lingüísticas e incluso territoriales, si no de forma inmutable, sí con los cambios que se van produciendo debido al contacto con otros pueblos y culturas. La figura de nación -ya en una dimensión diferente- surge cuando los individuos que forman parte del pueblo o comunidad, tengan o no las características apuntadas con anterioridad, toman conciencia de su identidad y actúan políticamente.

Me adscribo, pues, a los que están convencidos de que el proyecto definitorio de nación española surge al inicio del siglo XIX. Una figura del liberalismo como Alcalá Galiano, defensor de la unidad de la nación española, con motivo de la tramitación del Estatuto Real, proponía «...hacer de España una nación, que no lo es ni nunca lo ha sido». Con precisión expositiva diferenciaba entre lo que para él era un proyecto, deseable en su formación, a lo que percibía como realidad en la España de los años treinta -siglo XIX-.

A pesar de considerar el siglo XIX como el gestor de la idea del Estado nacional español, la política liberal, principalmente la protagonizada por los moderados, no puede ser considerada como uniformadora de la población en valores nacionales. Podríamos definir como tardía la intervención de los poderes públicos en la generación de una conciencia nacional. Como explica el insigne historiador Don José María Jover Zamora, se observa más una voluntad uniformadora centralista que una acción nacionalizadora. Es a partir de último cuarto del siglo XIX, con la aparición de los nacionalismos catalán y vasco, cuando surge un nacionalismo español temeroso y agresivo a su vez, alarmado ante la posibilidad de que las nuevas opciones articulen un discurso político que pueda ser aceptado socialmente y rompa con el precario equilibrio del régimen de la Restauración.

La pérdida de Cuba y Filipinas; la venta de las Carolinas, Marianas y Palaos a Alemania son percibidas por la clase política e intelectuales españoles como una crisis que pone en cuestión el proyecto de España como estado-nación. La crisis del 98 pone de manifiesto la precariedad de la idea de nación española y las dificultades en conciliar un centralismo político y administrativo desprestigiado con una periferia que hace cada vez más audible su discurso nacionalista. Ortega y Gasset acusa a los nacionalismos catalán y vascos de «fuerzas disgregadoras que se aprovechan de la debilidad del Estado», haciendo referencia a la extrema debilidad del Estado con motivo de la crisis del 98.

Periodos deleznables como el del franquismo, la incapacidad manifiesta de los proyectos políticos de izquierda y derecha en articular un proyecto de estado donde tengan cabida las naciones periféricas quiebran la confianza, principalmente, de los nacionalismos catalán y vasco. El Estado español se perpetúa en una crisis de identidad que agudiza los antagonismos entre las estructuras políticas aludidas; cuando más pronunciadas son las cotas de desprestigio del Estado, más se alejan las posibilidades de convivencia de las naciones sin estado en los cauces de una estructura unitaria. La actual crisis económica e institucional es sólo un ejemplo de lo apuntado.

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