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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-08-10
Martin GARITANO
Josefo se confiesa
LA VIDA SIGUE IGUAL (XLIX)

A Simón le hubiera gustado hablar con Sergio sobre su futuro y también sobre su presente, algo le decía en su interior que las cosas no marchaban bien, pero aquel asunto siniestro, la conversación pendiente con Josefo, la reunión con el juez... le ocupaban todo el tiempo. Había llegado a obsesionarse con algo que, a buen seguro, no pasaría de ser una página negra de las que se escriben cada día y en la que se mezclan ingredientes como prostitución, droga, y juego. Una página más, entre tantas y tantas, pero que se había escrito con personajes que Simón conocía y, además, en su propia ermita.

También Huesitos, poco dado a preocuparse por asuntos ajenos, estaba preocupado. Aquella noche durmió poco. La entrevista del día siguiente con Josefo no le permitía conciliar el sueño.

A la hora convenida, todos los participantes en la excursión estaban en Ur Gain. Gotzon y Xuxú trasladaron la cesta, las bolsas con la comida y el quemador a los coches, mientras Huesitos, Sergio, Simón, Mila y Miren se disponían a desayunar. Miren no perdió la ocasión:

­Hoy el café lo preparo yo. ¿Qué quieres tú, Sergio?

­Café con leche, por favor.

­¿A los demás no nos preguntas, o qué?

­Lo que tomáis los demás me lo sé de memoria, Huesitos. Lo que yo no sabía qué es lo que suele desayunar el pibe...

Miren hizo hincapié en el ‘yo’ y Mila encajó la indirecta.

El trayecto hasta Basalur duró poco más de media hora. En Behitene, Kontxi los esperaba con un espléndido desayuno a base de zumo de naranjas, café, tostadas y mantequilla.

­Pero, mujer, si acabamos de desayunar...

­¡Bah! Seguro que no habéis tomado más que un café. Además, si queréis ir a pasear al monte, tendréis que tomar algo de más fundamento que un café, ¿verdad?

­Pues yo, si como ahora esas tostadas con mantequilla y un café... no voy a pasear. Sacamos la baraja y nos jugamos una partida.

Mila intervino:

­De eso ni hablar, Gotzon. A ver si nos vamos a pasar el día aquí, en el caserío, comiendo, bebiendo y jugando a las cartas. Ya tendremos tiempo de comer y beber.

Xuxú, Miren, Mila, Gotzon y Sergio abandonaron el caserío en dirección a Iturriberri mientras Huesitos y Simón, acompañados por Josefo, se dirigían, en sentido opuesto, hacía Benta Alde. Allí podrían sentarse, tomar algo y charlar con tranquilidad.

Josefo intuyó que sus amigos estaban nerviosos:

­Bueno, ¿qué novedades traéis? ¿Sabéis algo nuevo? ¿Cómo ha sido lo de Miguel?

­De eso queríamos hablar contigo ­replicó Simón­ Tal vez seas tú el que pueda decirnos algo.

­¿Yo? ¿Sobre Miguel? No entiendo.

Huesitos no era un experto en diplomacia:

­Pues algo más que nosotros sabrás. A ver, los dos moritos vivían en tu casa por recomendación de tu sobrino, el de Bilbao. Y los dos moritos estaban relacionados con Miguel...

­Pero yo creía que trabajaban en la construcción. Eso es lo que me dijo mi sobrino y yo no tenía por qué ponerlo en duda.

­Bueno, si tenemos en cuenta que tu sobrino ha estado detenido por tráfico de drogas y por andar con coches robados...

Josefo palideció:

­No sé de dónde habéis sacado eso, pero la verdad es que el chaval tuvo una temporada mala, anduvo con malas compañías y se metió en algunos líos, pero eso quedó atrás. Ya está olvidado.

Simón quiso rebajar el grado de tensión que estaba alcanzando la conversación:

­Nosotros sólo queremos ayudarte, Josefo. Por eso es importante saber si mantenías alguna relación con Miguel, si sabías algo sobre él, sobre su doble vida...

Con esa gente no se bromea

El tono de voz de Simón, la tranquilidad que desprendían sus palabras, hicieron que Josefo se relajara un tanto. Fijó la vista en el fondo del vaso de sidra que acababa de servirles el ventero y comenzó a hablar en tono muy bajo, casi un susurro:

­Conocía a Miguel como todos vosotros, como un hombre discreto, que apenas frecuentaba Uriondo. Sólo para ir a misa y hacer algunos recados. Un día, en el puticlub que hay entre Malzaga y Eibar...

­Ya lo conozco, Josefo. Yo también suelo ir de vez en cuando, no hay que avergonzarse por ello. ¿Qué pasó en ese club?

­Pues que me pasé en la bebida y no controlé la situación. Subí con tres chicas y luego no tenía dinero para pagarŠ

Josefo hacía grandes esfuerzos para seguir hablando. El peso de la vergüenza interrumpía su discurso. Miraba de reojo a Simón y el cura le animaba a seguir.

­Me cogieron dos matones y empezaron a achucharme. Imaginaos el apuro que yo tenía. Entonces vi a Miguel. Estaba en la barra, con otro hombre y dos o tres chicas. Estaban bebiendo y haciendo bromas. Conseguí zafarme de los matones y me acerqué a ellos. El me reconoció y me preguntó qué estaba pasando. Cuando se lo expliqué, me dijo que no me preocupara. Le dijo algo al hombre que estaba con él y aquel, con un gesto, hizo que los matones se largaran.

­O sea, que era amigo del jefe...

­Sí. Luego me lo presentó. Un tal Luis Salazar. Me dijo que no me preocupara y que ya volvería otro día a pagar a las chicas y que las consumiciones iban de su cuenta.

­¿Volviste?

­Pues claro. ¿Qué iba a hacer? Con esa gente no se puede bromear, además, yo suelo ir de vez en cuando...

Al decir esto último volvió a mirar al cura y no pudo evitar un cierto sonrojo.

­No te preocupes, Josefo. Yo también suelo ir. Y, si te descuidas, también Simón.

El cura, pensativo, cortó la conversación:

­Yo no voy a esos sitios.

El cura se levantó, pagó la botella de sidra y los tres hombres abandonaron la venta. En Behitene les esperaban los demás.

(CONTINUARA)


 
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