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20 aniversario de su muerte

Primo Levi, el prisionero que jamás salió de Auschwitz y pudo contar la vida en el infierno

Eran las 10.05 cuando tal día como ayer un golpe sordo sonó en el número 75 de la calle Re Umberto, de Turín. En el vestíbulo, un hombre con el número 174.517 tatuado en un brazo yacía muerto en la casa donde pasó toda su vida, excepto los once meses de 1944 en los que sobrevivió en el lugar más atroz que ha existido.

«Estaba cansado de la vida», declararía ese mismo 11 de abril de 1987 la viuda de Primo Levi, italiano, químico, judío, escritor y, sobre todo, superviviente que dedicó su existencia a recordar el horror de los campos de exterminio, los «lager». El juez dictaminó que esa caída de tres pisos por el hueco de la escalera fue un suicidio. Algunos de sus íntimos lo niegan. Para sus biógrafos, es otro episodio oscuro en la vida de Levi.

Un hombre que parecía destinado a una existencia anodina pero al que la maquinaria de aniquilación que tenía que haberlo matado en Auschwitz convirtió en voz de millones de víctimas con «Si esto es un hombre», un libro capital del siglo XX. «Ninguna otra obra transmite de manera tan directa y profunda el horror incomparable del genocidio nazi», afirma Ian Thomson en su biografía de Levi, a quien entrevistó meses antes de morir. Esa biografía, publicada en español en marzo, es considerada la aproximación definitiva a la vida de Levi, hijo de una familia sefardí nacido el 31 de julio de 1919 en la misma casa en la que vivió y hallaría la muerte.

Durante su juventud, Levi, al igual que tantos otros judíos totalmente asimilados en la sociedad italiana (ni siquiera hablaba hebreo), nunca sospechó que una guerra mundial acabaría haciéndole unirse a la resistencia antifascista, en octubre de 1943. Capturado en diciembre por milicianos fascistas, el viaje que marcaría su vida para siempre comenzó el 22 de febrero de 1944. El destino era el «lager» de Auschwitz, en Polonia.

Un número sin nombre

Allí, Levi descubrió que lo peor no era la violencia ciega, ni el hambre atroz, ni siquiera la muerte. Lo peor era la degradación del ser humano hasta convertirlo en un número sin nombre. «Nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre», escribiría en «Si esto es un hombre».

Pero sobrevivió, gracias a factores fortuitos como su condición de químico, que le procuró trabajo a cubierto en invierno, o el enfermar de escarlatina en enero de 1945, lo que evitó su evacuación antes de que los soviéticos ocuparan el campo.

Tras un largo retorno -que narró en «La tregua»-, Levi reanudó su vida. Empezó a trabajar como químico en una fábrica, se casó con Lucia Morpurgo y tuvo dos hijos. Pero algo había cambiado para siempre. El afán de contar lo que vio en Auschwitz le llevó a quedarse cada noche en la fábrica escribiendo, hasta que en 1947 concluyó «Si esto es un hombre».

La decepción vino cuando sólo se avino a publicarlo una pequeña editorial y vendió menos de 2.000 ejemplares. Levi volvió a centrarse en su labor como químico y olvidó sus ínfulas literarias. Pero, en 1958 la casa Einaudi reeditó el libro, con tal éxito que acabó siendo texto obligatorio en las escuelas italianas. Animado, Levi iría escribiendo, tras sus diez horas diarias en la fábrica, una obra con títulos como «El sistema periódico», «La llave de estrella» (1978), premio Strega, y «Si no es ahora, ¿cuándo?» (1982), que le valió los premios Viareggio y Campiello. Pero sobre todo, la Trilogía de Auschwitz, integrada por «Si esto es un hombre», «La tregua» (1963) y «Los hundidos y los salvados», que publicó el año anterior a su muerte.

Pese al éxito, que le llevó a colaborar con diarios y dictar conferencias, Levi era presa de constantes depresiones. Infatigable divulgador del horror nazi, regresó a Auschwitz dos veces y visitó Israel, donde, paradójicamente, «Si esto es un hombre» no se publicó hasta después de su muerte.

Hoy «es muy conocido y admirado en Israel», dijo a Efe el escritor de ese país Amos Oz, sempiterno candidato al Nobel que cree que «es difícil evaluar hasta qué punto la literatura israelí está inspirada por el humanismo de Levi». También es difícil evaluar si fue «el veneno de Auschwitz», como definió las secuelas del «lager», lo que le acabó matando con tres decenios de retraso. Lo cierto es que aquel 11 de abril acabó al fin «el sueño lleno de espanto» que tenía con frecuencia y que narra en «La tregua». Una pesadilla en la que se veía «otra vez en el `lager', y nada de lo que había fuera del `lager' era verdad».

Eliseo GARCÍA NIETO

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