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ANÁLISIS | Crisis en Pakistán

Las maniobras políticas se suceden en Islamabad

El desconcierto que propagan los dirigentes políticos no hace sino confundir aún más a una población que comienza a estar cansada de tantos tejemanejes oportunistas

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Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Muchas miradas se posarán sobre Pakistán los próximos días. Si se cumplen los plazos previstos, celebrará el día 18 las elecciones pospuestas tras el atentado que costó la vida a Benazir Bhutto. Desde aquel día, la situación se ha ido escorando hacia un peligroso precipicio, donde actores locales y extranjeros juegan sus bazas para lograr beneficios, aun a costa del bienestar y la seguridad de la población.

Algunos no se cansan de repetir que la realidad paquistaní se asemeja cada vez más a una «crónica de un estado fallido», encontrando la raíz de ello en la propia creación del estado en los años cuarenta del pasado siglo. Y, al mismo tiempo, esas fuentes reconocen que «el radicalismo y el extremismo aumentan su presencia». A la muerte de Bhutto se añaden las demandas nacionalistas en Sindh y Baluchistán, cansados estos pueblos de la discriminación e injusticia a que son sometidos desde hace décadas por parte de un ejército y una clase política dominados por los punjabíes.

La mayoría de gobiernos en Islamabad han usado la política colonial de «divide y gobierna», potenciando a elementos feudales en puestos provinciales, presentándolos al mismo tiempo como «la voz de su pueblo», cuando en realidad se trata de clases colaboracionistas dispuestas a enriquecerse a costa de su propio pueblo, quien sigue sufriendo una pobreza endémica, desatendido socialmente por su gobierno y sometido a una nefasta política feudal.

Pakistán está atravesando uno «de sus peores periodos dentro de su ya turbulenta historia», a la violencia de todo tipo (sectaria, religiosa, comunal, estatal, secesionista...) que no hace sino inundar de sangre la tierra paquistaní, hay que añadir las crisis en torno a la electricidad, el gas y los alimentos. Estos servicios han empeorado o se han encarecido sustancialmente. Si la insurgencia baluchí ha resurgido con fuerza contra el expolio de las riquezas de su pueblo por parte del Gobierno central de de las compañías extranjeras, la presencia y el accionar armado de los llamados «militantes paquistaníes» también ha aumentado.

La presencia de grupos como Tehrik-i-Taliban, conocidos como los talibanes paquistaníes, se ha extendido desde las zonas montañosas del norte y sur de Waziristán, a las regiones de las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA), y han lanzado ataques en las principales ciudades del país. Estos datos apuntan además a la posibilidad de una mayor coordinación entre esos grupos y al uso de tácticas de guerrilla, al estilo de la resistencia iraquí. Esta dinámica permite especular con la posibilidad de un incremento de los ataques desestabilizadores conforme se acerque la fecha de la selecciones.

Hay señales que apuntan a una importante participación conjunta de ese abanico de organizaciones militantes, pero existe algún dato que sugiere importantes diferencias internas. Así, la sucesión de ataques contra las tropas e intereses de Islamabad por parte de esos grupos ha provocado una seria reacción por parte del líder taliban afgano, Mullah Omar, quien ha recordado que el principal objetivo de su movimiento es «expulsar a las tropas ocupantes de Afganistán», y no el cambio que propugnan Meshed y sus hombres en Pakistán. El enfado de Omar ha sido importante, llegando incluso a retirar el nombramiento de Baitullah Mehsud como representante de los talibanes paquistaníes en el «emirato islámico» creado en la región. No obstante, tras esa maniobra todavía no ha conseguido un sustituto.

Si el escenario militar se presenta tan candente como hemos visto, las maniobras electorales tampoco añaden mucha estabilidad al país. La muerte de Bhutto ha dado paso a todo un movimiento tras los escenarios, donde los principales protagonistas buscan consolidar sus privilegios o alcanzar una mayor cota de poder. El desconcierto que propagan los dirigentes políticos no hace sino confundir aún más a una población que comienza a estar cansada de tantos tejemanejes oportunistas. Es significativo ver cómo los principales partidos políticos todavía no han señalado quién será su candidato a ocupar la plaza de primer ministro, y muchos de sus máximos dirigentes ni siquiera se presentan a las elecciones.

Los rumores se han disparado en las calles de Pakistán; algunos apuntan a un nuevo aplazamiento de las elecciones, que sería «compensado» a través de la creación de un gobierno de unidad nacional que se presentaría como la mejor «defensa de los intereses del país». Muy unido a esto están los comentarios del propio Musharraf, apuntando a la preocupación que se está creando en círculos de poder de Pakistán, ante la posibilidad de que «la crisis política estalle tras las elecciones si la oposición rechaza aceptar los resultados».

A pesar de que posteriormente Musharraf ha declinado cualquier acuerdo antes de la cita electoral, la idea de un gobierno «de consenso» sigue apareciendo en sus intervenciones, tal vez para anticipar el más que previsible desastre que puede cosechar el PML-Q, también conocido como «el partido del rey». Lo cierto es que la actividad de Musharraf estas semanas ha sido frenética, con el viaje por diversos países de Europa como punto de inflexión para anticipar las intenciones del dirigente paquistaní.

Oficialmente, se señala que el motivo del viaje obedece a tres objetivos: calmar a los dirigentes europeos sobre el papel de Pakistán en la «guerra contra el terror»; descartar las desconfianzas hacia la celebración de unas elecciones «libres y limpias»; y animar a los inversores europeos a aumentar sus aportaciones al país. Sin embargo, ha destacado la visita al Reino Unido, donde no ha recibido invitación oficial para hacerlo. Al parecer, el aumento de la influencia británica en los últimos meses en relación a la política y el futuro del estado asiático habría permitido a Musharraf cimentar contactos con el dirigente opositor, Nawaz Sharif, a través de una persona de confianza de ambos políticos, el brigadier retirado Niaz Ahmad.

El dieciocho de febrero se acerca y la tensión aumenta en Pakistán, que está asistiendo a una de las campañas electorales más anodinas de los últimos tiempos, y buena culpa de ello está en el clima de violencia que se encuentra inmerso este país asiático. Las maniobras y los atentados se suceden de forma simultánea, y el futuro «del fiel aliado occidental» en la compleja región no acaba de despejarse.

Un analista paquistaní señalaba «el papel dirigente» de los militares y la «guerra contra el terror» como dos de los pilares para justificar la situación actual. El analista agregaba un tercer factor, «la relación entre un dictador y un actor extranjero, donde una potencia occidental apoya de forma encubierta o no a los dictadores o a los dirigentes militares».

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