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LA JORNADA | Editorial 2008/2/20

Fidel: renuncia y calma

(...) El anuncio de ayer contrasta con las proyecciones que auguraban y propiciaban el derrocamiento violento del dirigente y hasta una guerra civil como resultado de la muerte de Castro o de su salida del poder. La realidad fue convirtiendo tales augurios en pronósticos de un ejercicio vitalicio de las funciones del comandante. Prácticamente nadie que asumiera esa lógica previó el retiro voluntario y pacífico de Fidel Castro en el contexto de un proceso institucional, como a la postre ocurrió.

El yerro se explica por el empecinamiento de Occidente y sus aliados en ignorar lo que puede percibirse ahora como solidez y estabilidad políticas del régimen cubano, y por la torpeza de confundir a las instituciones con la persona que detentaba su máxima conducción. Esa misma falta de criterio impidió a Washington, Bruselas, Madrid y París, así como a la OEA, comprender que la transición en Cuba no comenzó ayer, sino incluso antes de que Fidel Castro se retirara provisionalmente, hace más de año y medio, y que, de acuerdo con los elementos de juicio disponibles, los procesos políticos cubanos no dependen, en lo esencial, del estado de salud de quien fue, hasta ayer, el máximo dirigente del país.

Más aún, en el momento presente los adversarios y críticos de la Revolución Cubana se niegan a aceptar que la transición en curso no necesariamente avanza en la dirección que a ellos les habría gustado. Pero, en los 20 meses transcurridos desde que Castro se vio obligado por razones de salud a ceder el mando gubernamental, los hechos indican que la institucionalidad cubana es lo suficientemente sólida y estable como para sobrevivir a su fundador. (...)

Con todo y el encono agresivo que ha padecido desde sus inicios, con sus problemas internos y externos, con sus carencias y sus excesos, así como con sus logros extraordinarios en lo social, especialmente en los terrenos de la educación y la salud, el régimen emanado de la Revolución Cubana no ha sido, ni es, un reducto del inmovilismo, como lo han imaginado sus enemigos, sino una institucionalidad política con capacidad para la renovación y el cambio. La renuncia de Fidel Castro al gobierno de la isla es una prueba fehaciente de ello.

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