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Aniversario de la declaración de independencia de Kosovo

Kosovo sigue varado en tierra de nadie

Es como si el reloj se hubiera detenido el 17 de febrero de 2008. La doble estrategia de Belgrado de torpedeo diplomático y de enroque de la minoría serbia en Kosovo y la indecisión de la UE mantienen, un año después, varado al proceso hacia su independencia.

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Dabid LAZKANOITURBURU

Un año después de la proclamación de su independencia, Kosovo sigue en esa «tierra de nadie» tan característica -y a la vez tan peligrosa- de los conflictos balcánicos. Parece como si el reloj se hubiera detenido el 17 de febrero de 2008 cuando, tras varios infructuosos intentos de negociación en torno al plan de la ONU, el Gobierno de Pristina proclamaba su independencia, con el aval, eso sí, de EEUU y del núcleo duro de la Unión Europea.

El primer ministro de Kosovo, el ex dirigente guerrillero Hashim Thaçi, asegura que «ha sido un año fructífero» y destaca el reconocimiento oficial por parte de 54 países, además de reiterar «nuestro compromiso a favor de un Kosovo democrático y de una sociedad multiétnica».

Desafíos ambos que están aún lejos de ser alcanzados y a los que se suman los negros nubarrones del alcance de una crisis económica que podría agravar la ya crítica situación que vive el territorio, con unas tasas de desempleo oficiales del 45-50%. Según el Banco Mundial, cerca del 50% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, con 1,5 euros al día. Cada vez son más las voces que alertan de que la desesperanza de una población que sigue sin ver mejoradas sus condiciones de vida podría sumarse al malestar, evidente, por la ineficacia que muestran las instituciones internacionales -preferentemente la UE- que tutelan el proceso de independencia.

Una tutela que los albano-kosovares -90% de la población- aceptaron, algunos a regañadientes, como parte de la deuda contraída con los que en 1999 les liberaron del yugo serbio. Pero una tutela que se muestra, a la vez, como poco condescendiente con las exigencias y vetos de Serbia.

Despliegue de la EULEX

La más clara muestra de ello la encontramos en el reciente y tardío despliegue de la misión EULEX. Se trata de la más importante misión de la historia de la UE, con 3.000 policías, juristas y personas de aduana y que fue lanzada justo hace un año para sustituir a la misión de la ONU que administraba Kosovo desde el final de los bombardeos aliados en la primavera de 1999.

EULEX arrancó a duras penas en diciembre pasado, cuando la UE logró el aval oficial de la ONU. Para ello tuvo que hacer importantes concesiones al Gobierno serbio, sostenido activamente por Moscú. Así, Belgrado ha logrado que la EULEX tenga un estatus neutro, a saber, que su despliegue no implique un reconocimiento oficial de Kosovo. La indeterminación no se limita además al estatus del territorio sino que alcanza a las prerrogativas de la misión en las zonas pobladas mayoritariamente por serbios, que según los últimos estudios de población rondan los 100.000 de un total de 2 millones de habitantes. De hecho, EULEX depende de la «buena voluntad» de los líderes serbios de esas zonas. El eurodiputado holan- dés Joost Lagendijk, especialista en los Balcanes, resume la situación. «Los tribunales y policías serbios se niegan a cooperar con la EULEX y rechazan someterse a la legislación kosovar», afirma.

Consecuentemente, sin una Policía y una Justicia unificadas, resulta difícil, por no decir imposible, hacer frente a la corrupción y al crimen organizado -marca de la casa en buena parte de los territorios que asistieron al desmembramiento de la antigua Yugoslavia titista-. Y sin hacer frente a ambos poco se puede hacer para garantizar un desarrollo económico real. Para completar el círculo, las cesiones de la UE a Serbia y la utilización, por parte del Gobierno de Belgrado, de la minoría serbia como una quinta columna no hace sino evocar el riesgo de una hipotética partición oficial de Kosovo.

La negativa de la minoría serbia a otorgar legitimidad al nuevo Estado es, sin duda alguna, uno de los principales desafíos de cara al futuro. La mayoría de los 100.000 serbios viven en el norte (Kosovska-Mitrovica) pero hay enclaves en el centro y sur del país.

Esta minoría utiliza los servicios de las estructuras administrativas paralelas puestas en marcha por Belgrado. Este vivir en un Estado que se niegan a reconocer no está exento de situaciones dantescas.

Milanka Stankovic vive en Silvovo, una aldea serbia aislada 25 kilómetros al este de Pristina. Esta mujer narra cómo tanto ella como el resto de vecinos rechazan los servicios sanitarios albaneses y prefieren acudir a Gracanica, principal enclave serbio en el centro de Kosovo, donde tienen asegurados todos los servicios.

El problema es que el vehículo que les traslada a la ciudad sólo llega los lunes y viernes. «Rezo para que ninguno de mis hijos caiga enfermo los otros días de la semana o durante las noches», señala Stankovic.

Belgrado sigue a lo suyo

Serbia insiste en su táctica de negar los hechos consumados. «¿El 17 de febrero de 2008? Una fecha sin importancia particular», insiste el ministro serbio de Exteriores, Vuk Jeremic. En la misma línea, el presidente serbio, Boris Tadic, insiste en que «un año después, ha quedado claro para todo el mundo que Kosovo no es un Estado». Pero, por si acaso, avisa de que Belgrado «defenderá sus intereses legítimos en el terreno judicial, ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ)».

Serbia obtuvo en octubre un importante éxito diplomático al lograr el apoyo de la Asamblea General de Naciones Unidas a su recurso ante la CIJ sobre la legalidad de la proclamación de independencia de Kosovo.

El veredicto al Alto Tribunal, que no es vinculante, no se espera antes de 2010. Mientras tanto, Belgrado se concentra en sus perspectivas europeas aunque no oculta su esperanza en lograr una opinión desfavorable, o como mínimo ambigua, de la Corte sobre la independencia del territorio. Asegura esperar con ello que forzará a los responsables de Pristina a volver, con expectativas a la baja, a la mesa de negociaciones.

Vana ilusión si tenemos en cuenta las declaraciones de los gobernantes kosovares, que aseguran que no hay marcha atrás en el proceso hacia su independencia.

Por de pronto, lo que sí ha conseguido Belgrado con esta estratagema es mantener la incertidumbre en torno al futuro de este conflicto, lo que ha disuadido a muchos estados a la hora de reconocer a Kosovo.

Dusan Janjic, director del Fórum para las Relaciones Inter-étnicas de Belgrado, insiste en que la negativa de muchos estados a reconocer a Kosovo habría generado cierta «frustración» no sólo en Pristina sino incluso en Washington y Bruselas.

Indecisión de la UE

Más allá de percepciones, sorprende la escasa determinación de la UE a la hora de utilizar su capacidad de presión sobre Belgrado, más aún cuando Kosovo ha sido reconocido por 22 de los 27 países miembros.

El Estado español se niega a dar ese paso y a unirse al núcleo duro de la Unión. Y es que teme que el reconocimiento de un Kosovo independiente podría suponer un precedente aplicable a su propia realidad, la de un Estado con reivindicaciones nacionales irredentas en su seno. En similar situación se halla la isla de Chipre. Los otros tres países, Eslovaquia, Rumanía y Grecia, se niegan a desairar a Serbia más por razones de vínculos históricos y/0 religiosos.

Pese a ello, la diplomacia de la UE se niega a forzar la mano contra Serbia y ni siquiera utiliza la carta de la presión sobre las negociaciones de adhesión de Belgrado.

El español y jefe de la diplomacia de la UE, Javier Solana, se muestra inusualmente comprensivo para con una Serbia a la que no dudó en bombardear siendo secretario general de la OTAN en 1999. «No se puede presionar a los serbios. No hay que olvidar que han perdido una parte de su territorio», sostiene, en un nueva muestra de su «buen hacer» político. Ése del que tanto saben -por haberlo padecido- en los Balcanes.

 
Los serbios y romaníes que huyeron ya no esperan volver

Los 20.000 serbios y romaníes refugiados en la región de Kraljevo (centro de Serbia) no albergan esperanza alguna de regresar a sus hogares en Kosovo y se sienten abandonados.

Forman parte de las alrededor de 200.000 personas que abandonaron Kosovo en los días siguientes a la retirada serbia del territorio.

Muchos de ellos eligieron Kraljevo, la ciudad serbia más grande cercana a Kosovo. El serbio Stojan Pesiv, 46 años y procedente de Klina (centro de Kosovo), se niega a volver y «poner en peligro» la vida de sus cuatro hijos.

Con todo, la peor parte de la han llevado los romaníes, que al contrario que los serbios no encuentran trabajo. Es el caso de Gani Agasi, originario de Obilic (centro de Kosovo). GARA

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