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José Miguel Arrugaeta historiador

Haití: entre el egoísmo más miserable y la solidaridad más sincera

El mundo descubre un pequeño y pobre lugar del Caribe, aunque siempre estuvo allí, pero las pantallas mandan, venden compasión a cómodos plazos, una tragedia conmovedora llama a la puerta de los corazones de buena voluntad. Pero el mundo en que vivimos no está hecho de sentimientos sino de intereses, ésos son los que mandan. Haití con sus muertos, sus desposeídos, sus sobrevivientes no va a ser una excepción. La tierra ha temblado, un país ha desaparecido y como en otras ocasiones un grupo de buitres, los de siempre, pretende aprovecharse de los restos del naufragio.

«Obama promete ayuda y manda tropas». Podría ser el titular de uno de estos días. Los marines llegaron primero, después dicen que vendrá la ayuda humanitaria, pero ya saben que las promesas de Obama, promesas son. Por lo pronto y para que no haya dudas, comandos de EEUU toman en un operativo el aeropuerto, el puerto y el centro de la capital, mientras sitúan la famosa y recién reestrenada VI Flota frente a Puerto Príncipe. Dicen que para garantizar el orden, pero Hillary Clinton declara que han venido para quedarse por un largo tiempo. Es más, aclara con una sinceridad meridiana que siempre han estado allí, lo cual es una verdad como un puño. De hecho, la principal razón por la que Haití es la república más pobre del área es precisamente esa: desde 1900 los EEUU «están» más que presentes en Haití, hacen y deshacen a su antojo.

Siete bases militares en Colombia, dos en Panamá, apoyo al golpe de estado de Honduras, continuidad del bloqueo a Cuba... no dejan de pasar factura a la influencia norteamericana en el continente. Sin embargo, ocupar este «portaviones» negro de 27.000 kilómetros cuadrados, en medio del Caribe, y a escasos 60 kilómetros de Cuba es gratis; se nos pide además que aplaudamos. Ya lo han dicho, han llegado para quedarse. Me pregunto si Cuba tendrá que activar de manera permanente sus mecanismos de defensa ante la amenazante cercanía de un verdadero Ejército de ocupación norteamericano.

La ayuda internacional comienza a llegar, con cuentagotas, desorganizada. Cada uno manda lo que entiende. Diversos países, entre ellos Francia, se quejan de que las tropas norteamericanas no dejan arribar sus vuelos aplicando la máxima de «lo mío primero». La ONU hace reuniones de urgencia para intentar limar asperezas y poner orden al desorden. Se recogen donativos y promesas de ayuda económica, pues esto sólo acaba de comenzar y los expertos aseguran que hay que reconstruir todo. Dicen que el fondo económico para la ayuda supera ya los 600 millones de dólares.

Naciones Unidas tiene casi 9.000 hombres en el terreno, pero son soldados. Sus «hierros» no son para construir casas ni remover escombros, nunca estuvieron ahí para luchar contra la pobreza y la miseria sino para garantizar el «orden» y los intereses de países como Estados Unidos, Francia, Brasil, Canadá... Sólo entre Francia y EEUU podrían, por ejemplo, devolver a Haití algo más de 1.000 millones de dólares robados por los Duvalier y diversos militares golpistas (sin contar intereses bancarios), dinero que se negaron a devolver a Haití en tiempos del entonces presidente Jean Beltrand Aristide. Más de 800 millones de dólares estuvieron depositados en bancos franceses y suizos hasta que fueron entregados finalmente a su «legitimo dueño», el sangriento Baby Doc, que sigue disfrutando aún de su exilio dorado en la amable Francia. Lo mismo vale para el general Cedrás en EEUU, pero ya se sabe que cada uno cuida a sus lacayos cuando les han servido bien. El tema es tabú para eso que llaman los grandes medios, devolver el fruto del saqueo permanente no es opción, y lo correcto es resaltar hasta la saciedad la «bondad y el desinterés de los donantes». Dicen que estas «reyertas» entre potencias no sólo tienen que ver con que los norteamericanos no empujen groseramente en el terreno a sus otros socios, sino sobre todo con la pregunta de los millones: ¿Quiénes se llevarán los contratos de la reconstrucción? No tardaremos en conocer las respuestas, aunque son fáciles de adivinar.

Mientras los «grandes» se ponen de acuerdo en qué trozo de este amargo pastel le toca a cada uno, a los siete días los supervivientes aún siguen deambulando entre ruinas y muertos, desorientados, con un negro futuro por delante, y nunca mejor dicho. Sus rostros y actitudes cada vez muestran más desconfianza, agresividad y mal genio. Los saqueos y la violencia han comenzado a hacerse cada vez más presentes.

En la prensa aparecen bonitos cuadros sinópticos de las «generosas» ayudas que han dado, o van a dar, o quizás den, los opulentos gobiernos del Norte rico, y del Sur en vías de enriquecerse. El listado sobre personal de salud publicado en estos días por un conocido, y dicen que prestigioso, diario de Madrid es toda una perla y no carece de interés: Canadá 37, Holanda 60, Turquía 2, Venezuela 50, España 40, Islandia 37, Israel 40 -y me viene Gaza a la memoria-, Perú 250.... EEUU ni tan siquiera aparece en el cuadro, pero aclaran, para que a nadie le quepa duda del humanismo norteamericano, que «deben llegar» próximamente 399 médicos y personal de salud, aunque se le pase mencionar que son militares y tendrán que atender también a sus 10.000 hombres. Pero las amnesias pueden llegar a ser sencillamente miserables en medio de la tragedia y al citado periódico español -no es el único- se le «olvidó» incluir a Cuba, que tiene sobre el terreno desde el primer momento, puesto que ya estaban allí, 400 médicos, más de 100 sólo en la capital. Ya ha enviado en estos días un importante refuerzo, entre ellos, y graben bien las cifras, 100 médicos haitianos, que deben graduarse este mismo año (de los 541 que estudian actualmente en la Isla). De hecho, Cuba ha formado en los últimos años más de 570 galenos haitianos. La razón de olvidos y omisiones son sencillas: la cooperación cubana lleva ya más de once años en ese país, simplemente no hace falta un terremoto catastrófico para combatir y luchar contra la miseria, el hambre, las enfermedades, la ignorancia y el desamparo.

Reconocer que la presencia en Haití de cubanos, venezolanos y otros latinoamericanos, en el marco de acuerdos de cooperación de la Alternativa Bolivariana Para las Américas (ALBA), nada tiene que ver con soldados, armas ni ocupaciones, sino con el desarrollo de la salud, la educación, o las infraestructuras de comunicaciones o eléctrica, podría dar lugar a cierta confusión entre muchos espectadores y lectores. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que a la doctora intensivista cubana Idalmis Borrero, una de las primeras en atender la riada de heridos que llegaban al patio de la residencia médica cubana en la capital haitiana, no hizo falta mandarla en avión, ni tomar militarmente el puerto o el aeropuerto? Simplemente esa mujer, con su bata blanca, estaba allí mucho antes de que la tierra se abriese, pues en Haití desde hace décadas la tierra no deja de «temblar» un poco todos los días.

En estos días, militares norteamericanos y de la ONU golpean frente a las cámaras a cientos de haitianos agolpados y desesperados en la zona del aeropuerto. Su único delito es ser sobrevivientes en su país, ir a buscar trabajo o abastecimientos... Mientras tanto, modernos helicópteros de combate realizan un desembarco aerotransportado en los jardines del Palacio Presidencial. Llevan armas pero no comida, material sanitario o agua potable, están sencillamente tomando el poder de un Estado que ha dejado de existir en la práctica. Los medios de información internacionales hacen silencio sobre algunos hechos, piensan por experiencia que lo que no se ve o no se sabe simplemente no ha sucedido, pero los periodistas se irán del terreno, la actualidad informativa caerá, igual que pasó en Indonesia o Sumatra a los pocos meses del tsunami, los que quedarán serán los sobrevivientes, las tropas norteamericanas y de la ONU, el personal médico y de reconstrucción civil. No es difícil adivinar que toda la zona va a estar marcada en los próximos años por la inestabilidad social, militar, migratoria... pero esos serán otros capítulos de esta novela negra por entregas. Entre tanto, Haití es buena muestra de que en situaciones muy difíciles, dramáticas, lo mejor y lo peor del ser humano, el egoísmo más miserable y la solidaridad más sincera, conviven en el mismo lugar y a la misma hora, y constantemente debemos elegir de qué lado estamos.

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