La campaña electoral británica ha estado condicionada por la irrupción de Nick Clegg, que ha logrado romper con el bipartidismo y ha aportado cierta frescura a los debates. Si, tal y como auguran las encuestas, ninguno de los tres candidatos logra la mayoría necesaria para convertirse en primer ministro, Clegg puede además resultar decisivo a la hora de conformar Gobierno. Un logro que, sin embargo, podría resultar peligroso para él y su partido. En primer lugar, porque Clegg se verá seguramente forzado a apoyar a uno de los otros dos candidatos, Cameron o Brown, apuntalando así un sistema y unos políticos que ha criticado fuertemente y, al menos en cierta medida, traicionando su argumento básico durante la campaña («hay que cambiar la vieja política»). A no ser que supere sus propias expectativas, las ofertas que le puedan hacer Cameron y Brown van a generarle costes difíciles de gestionar porque no garantizarán la reforma que él pide. Por otro lado los Lib-Dem no son un partido como los torys o los laboristas. No son una estructura disciplinada y difícilmente podrán «competir» con ellos en la dinámica parlamentaria. La «papeleta» de Clegg no empieza hoy, sino más bien mañana.