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Raimundo Fitero

Unos grandes momentos

Esto que hacemos, en la antigüedad, se llamaba periodismo. En este caso, de opinión. Y por ser así, existía una cierta tolerancia para introducir una visión particular de cada firmante que, en ocasiones, hasta podían ir en contra de la línea editorial del propio periódico que te daba el soporte. Y el sueldo. En la otra parte del periódico, en lo que se llama información, sea de la sección que sea, se regía por técnicas muy precisas que se recubrían de unas líneas maestras éticas. Un marco para resguardarse del frío exterior y para reconocer los límites y cómo se debía esforzar el periodista para lograr la noticia, la exclusiva, o una simple entrevista, siguiendo unas pautas seguras y convincentes.

Hoy eso es pasado. Todo ha explotado, y solamente importan los grandes momentos, que por la lógica de este pensamiento único capitalista que nos aprisiona, deben producirse cada determinado espacio de tiempo. Un día debe partirse, por lo menos, en catorce grandes momentos informativos, por decir algo. Esta circunstancia que se convierte en órdenes por la escala jerárquica, emana de las direcciones, de las empresas, pero se va asumiendo sin rechistar por todo el entramado laboral, hasta que cualquier becario es capaz de reproducir los mismos tics déspotas, poco fiables, y llenos de errores o apriorismos que se pueden teñir de intereses económicos o políticos, pero que logran crear un mundo informativo inviable, sin saber dónde mirar y a quién creer, logrando su objetivo: la confusión absoluta, premeditada, en demasiadas ocasiones editorial gubernativa, de partido o del dictado del señor Mercado.

Empezaron los gabinetes de prensa, las ruedas de prensa con afasia, las tertulias radiofónicas tóxicas, y la televisión se fue convirtiendo en el gran basurero de todos estos desvíos, pero que nadie crea que los papeles nos libramos, vean el escándalo de Inglaterra, las escuchas a víctimas de atentados, los métodos más ruines para buscar una primera página impactante. Internet es una recién llegada que parece venir con demasiados pecados originales si no la cuidamos. Un encierro es uno de esos grandes momentos que si se tiñe de sangre es más grande todavía.

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