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Arcade Fire mostrará mañana uno de los mejores directos del planeta

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Izkander FERNANDEZ | BILBO

Arcade Fire llegan por fin a Euskal Herria. Lo harán mañana miércoles en la explanada del Guggenheim, donde ya actuaran clásicos modernos del rock como Smashing Pumpkins o Björk. Con la resaca del BBK más multitudinario de la historia viva, el numeroso combo canadiense asaltará Bilbo con uno de los directos más potentes del planeta. Y es que puede que la banda de los hermanos Butler y Règine Chassagne no practique más que folk rock con regusto épico, pero la intensidad que aplican a sus bolos es mágica, desbordante y fuera de lo común dentro de una banda surgida en los últimos diez años.

Arcade Fire comienzan a dejar rastro en 2003. Un EP homónimo lanza al espacio rock «No cars go», un himno extraterrestre que hace que la sangre bombee a borbotones y las manifestaciones de éxtasis colectiva se multipliquen por mil.

La industria, o lo que queda de ella, apuesta un año más tarde por «Funeral», el primer largo de los de Quebec. La banda parece más una especie de colectivo desordenado, perdido en un área delimitada por fronteras con el rock independiente, el folk y el pop. «Funeral» esconde tormentas eléctricas, nanas para ser cantadas junto al fuego y desbordante imaginería gráfica: un cobertizo abandonado, muebles tapados con sábanas viejas, olor a humedad y miedo a la oscuridad.

«Funeral», gracias a himnos coreables como «Wake Up», los pone en la primera línea del maltrecho rock de los años cero. Pero el postmodernismo, el mismo que lleva a la deriva a la sociedad, también se ha adueñado del planeta rock. Para algunos son unos mesías, para otros una broma. Mientras, hay quien se debate entre la genialidad y la casualidad, quien se apunta al carro o quien decide que no por puro snobismo.

Esa oscuridad casi esquiva de «Funeral» se vuelve latente en «Neon Bible» (2007). La religiosidad de Will Butler, o más bien la idea que éste tiene sobre la religión, vuelve a ser protagonista de la segunda entrega de la nueva gran esperanza de la industria. Biblias de neón, predicadores televisivos y miedo a la muerte conviven en un disco menos accesible que «Funeral» pero igual de genial. El debate se aviva pero parece que los quebequeses pierden inercia. No obstante, certicifican su importancia en todos los festivales del universo conocido. Son cabezas de cartel en muchos. Reclamo casi único en la mayoría.

La hecatombre llega con «The Suburbs» hace cosa de un año. Cogen a todo el mundo a contrapié con la ayuda de una industria ilusionada y engrasada como en los buenos tiempos. Publican una obra de literatura pop en la que los suburbios, sociales, intelectuales y mentales, son el nexo de unión de los 15 temas que lo conforman. Vuelven los himnos con «Ready to start» o «Empty room» y el pop orfebre se hace con el timón.

Más maduros acometen la dominación mundial en invierno y la perpetúan este verano. El pasado noviembre arrasaron en Madrid ante más de 17.000 personas con uno de los directos más enérgicos e intensos que se recuerdan. Bilbo no será diferente, a priori, ya que los quebequeses no muestran desidia ni en los ensayos. Cita grande. En el Guggenheim. Mañana.

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