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Alberto Frías | Lurra

¿Necesitamos herramientos nuevas para viejos retos?

En nuestras manos está posibilitar la creación de un marco de encuentro y acción como punto de partida para abrir un proceso. Un proceso para articular una red en defensa de la tierra, que como las hojas de una eguzkilore tenga muchos nudos de telaraña, tan flexible como fuerte, tan arraigada como sorprendente, horizontal y participativa, plural y efectiva

El Llamamiento Lurra nació el Día de la Tierra de 2000 como espacio de encuentro entre diferentes colectivos, para demandar de las instituciones una moratoria en la ejecución de un modelo de desarrollo insostenible que amenaza con convertir Euskal Herria en Euskal Hiria, un territorio sin señas de identidad donde nuestro ser como pueblo se sacrifica en el altar de los intereses del capital especulativo. Pedimos abrir un gran debate social y recibimos imposición, buscamos articular instrumentos reales de participación y se invirtió en marketing verde, nuestros dedos señalaban la luna... y ellos miraron al dedo.

Doce años después y tras la constatación del fracaso económico, social y ambiental, de los que en nombre del mejor de los mundos posibles han convertido el planeta en una orgía para caníbales, desde Lurra os invitamos a avanzar en el debate sobre las características que debería tener el sujeto colectivo para la defensa de la madre tierra en Euskal Herria en el siglo XXI. Preguntarnos si nos llevan adonde queremos ir, y si los instrumentos de que nos hemos dotado para cambiar la dirección son los adecuados.

Pensar sobre si nuestras actuales herramientas organizativas, de comunicación o de movilización son las adecuadas para responder a los retos que nos plantea hoy la defensa de la madre tierra, o si responden a un tiempo y a una sociedad que -para bien o para mal- ya no existe y necesitamos otras nuevas. Interrogantes que, en cualquier caso, necesitan de un análisis y una respuesta colectiva. Porque aunque sean malos tiempos para la lírica, todavía queda savia viva en el movimiento popular para reinventarse, «gu sortu ginen enbor beretik sortuko dira besteak, burruka hortan iraungo duten...».

Cuando hablamos de movimiento popular en defensa de la tierra, nos referimos a un movimiento descentralizado, multiforme, omnipresente y, especialmente, holístico. Esta biodiversidad del movimiento posibilita establecer innumerables nudos de red, multiplicando su valor y potencialidad, al facilitar la aparición de sinergias entre jóvenes agricultores, consumidores conscientes, pueblos indígenas, ecologistas, internacionalistas, arrantzales con artes tradicionales, ganaderos en extensivo, nuevo currículum en la enseñanza, pueblos pequeños, salud pública... Si la globalización económica se basa en el funcionamiento en red, si las nuevas tecnologías de la información están dando lugar a una sociedad en red, ya es hora de poner en valor un movimiento popular en red que pueda responder a los retos que plantea este nuevo paradigma.

Repensarnos, porque los efectos de algunas de nuestras luchas son tan efímeros como los dibujos humeantes de los fuegos artificiales en el incomparable marco de La Concha. ¿Estar en la calle? Claro. ¿Recuperar y socializar la calle? Por supuesto. Pero todos los años hay procesiones en Semana Santa y los seminarios están vacíos. Para crear tejido social no vale con convocar manifestaciones en la calle Autonomía, hay que articular formas de comunicación, espacios de participación, fórmulas de movilización e instrumentos para la toma de decisiones radicalmente diferentes. Buscar un cambio del sujeto, de la organización, del fondo y las formas.

Articular el sujeto del cambio social pasa por la configuración de una masa crítica capaz de hacerse valer, poliforma, con formas organizativas absolutamente abiertas y transparentes, una red con muchos nudos a la que poner a su servicio fórmulas de información, comunicación y acción totalmente horizontales.

Ante un escenario de desaparición de los días de humo y la tentación de poner todos los huevos en la cesta institucional, hay espacios que es necesario explorar, ahora todavía con más ahínco que en el pasado. Ahí es donde el movimiento popular adquiere una importancia creciente como termómetro de la salud democrático-participativa de la sociedad vasca, de su capacidad para ser agente activo de su propia historia, cumpliendo por un lado el papel de agitador o despertador -zanpantzar- y contrapoder interno y externo tanto respecto de las tan férreas como caducas estructuras partidistas como de los atrapa-sueños cantos de sirena de las instituciones.

Urge abrir un debate sobre las líneas generales de una estrategia compartida con los demás movimientos populares que caminan en una dirección emancipadora, los que ponen en cuestión el actual modelo de producción y consumo, apostando por llenar de contenido social cualquier proyecto de construcción nacional, porque no es posible ni admisible proyecto nacional alguno sobre la base del actual modelo de desarrollo.

En nuestras manos está posibilitar la creación de un marco de encuentro y acción como punto de partida para abrir un proceso. Un proceso para articular una red en defensa de la tierra, que como las hojas de una eguzkilore tenga muchos nudos de telaraña, tan flexible como fuerte, tan arraigada como sorprendente, horizontal y participativa, plural y efectiva, capaz de generar las condiciones sociales que hagan posible la recuperación de nuestro ecosistema natural, social y cultural. Una mano abierta que busca la tuya, abrazar un sueño para crear un nudo, multiplicar manos, sueños y nudos en una gran red, hacernos uno con la naturaleza y defenderla.

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