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El tejido

Carlos GIL
Analista cultural

Es necesario lanzar una advertencia. El tejido cultural se está deteriorando con una rapidez que es urgente tomar medidas, aunque no sean nada más que para detener su desgaste. Si se tarda mucho más, un día no habrá nada que remendar, se habrá convertido todo en un recuerdo. Y volvemos al principio, la Cultura debería estar en el mismo renglón de importancia que la Educación o la Sanidad. Nunca lo ha estado. Y eso nos separa de la homologación con la parte central del pensamiento cultual más importante del mundo al que pertenecemos.

Los asuntos culturales influyen en la calidad de vida. Forman parte sustancial de un modelo de sociedad, configuran un imaginario identitario y deben articular socialmente conceptos e ideas básicas antropológicas más allá de la religión o la magia. No se trata, por tanto, de un asunto gremial, ni de una vindicación profesional, sino que debe entenderse como un problema global, de todos, que la falta de una vida cultural activa, participativa y masiva, lleva a la degradación de la vida entera.

De todos los problemas que cercan a la Cultura, el peor, es el paternalismo anticultural de las instituciones, el que se hagan las cosas sin convicción, sin tomar la delantera, sin propiciar la extensión de su uso y disfrute como un valor esencial para toda la ciudadanía. Esa falta de convicciones lleva a los recortes presupuestarios que cercenan cualquier desarrollo, porque lo consideran no algo vital, central, sino periférico, decorativo. Quien quiera ver un ballet que se vaya a Baiona. Quien quiera buen teatro que viaje a Londres. Paremos estas actitudes negligentes. El silencio se está convirtiendo en una complicidad dolosa.

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