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Anjel Ordóñez Periodista

La agonía de un sistema corrompido

Guardo en el recuerdo de la más impresionable preadolescencia la fascinación por el Imperio Romano, por su civilización. El Imperium Romanum, el deslumbrante dominio de Roma sobre todas las cosas, nació con César Augusto, se desarrolló con las dinastías Julio-Claudia -que inauguró Julio César-, Flavia, Antonina y Severa, languideció con los emperadores ilirios y finalmente capituló y desapareció tras la irrupción de los «bárbaros» germanos. La caída del Imperio Romano, por su trascendencia histórica, ha sido motivo de profundo debate en la comunidad intelectual de Occidente. Las causas de su rápido deterioro, el germen de la decadencia en todos los ámbitos y el origen último de su estrepitoso hundimiento han llenado decenas de miles de páginas con serios análisis y minuciosos estudios. La mayoría ponen el acento en factores endógenos, como la profunda crisis económica, el excesivo peso del ámbito militar, las cainitas pugnas políticas y la degradación administrativa de un sistema dominado por la corrupción y los abusos de poder. Aún así, para muchos, la ruina de la civilización más fascinante de la historia conocida sigue siendo un enigma.

Supongo que a muchos de ustedes no les habrá costado demasiado establecer paralelismos con nuestra realidad actual. Resulta inevitable. No es mi intención fijar comparaciones históricas que, por otra parte, no resistirían una mínima revisión científica, pero tampoco puedo negar que siento que vivimos amarrados a una estructura en fétida descomposición. Que la crisis económica es sólo una expresión más -desgraciadamente la más violenta- de un desmoronamiento global que implica a todos los ámbitos. Que, uno por uno, los sistemas se han ido desconectando hasta provocar un colapso general inevitable. E ignoro si, como en el Imperio Romano del siglo IV, estamos ante el final de una época. Pero, desde luego, eso es lo que parece.

Y es esta inquietante sensación la que me confirma en viejas convicciones: es urgente que la ciudadanía recupere sus derechos, que recobre la soberanía arrebatada por unas estructuras ajenas e impuestas y que decida libremente el rumbo a tomar para salir cuanto antes del pozo en el que nos han hundido.

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