El diario “La Razón”, en su edición del pasado 19 de
enero, informaba sobre los motivos de una decisión tomada por un juez de la
Audiencia Nacional: «Šordenó el procesamiento del etarra José Ignacio de Juana
Chaos por dos artículos publicados en el diario GARA. La medida, tras no pocas
vicisitudes, consiguió su objetivo (evitar la excarcelación) en julio del pasado
año, cuando sólo faltaban 26 días para que el terrorista saliera a la calle». Y
de estos entresijos, seguro que el rotativo madrileño está bien informado.
Leo unas declaraciones realizadas por el ministro de
Justicia el pasado 8 de febrero, anunciando que construirá lo que haga falta
para que los prisioneros no salgamos de la cárcel (técnicamente lo denomina
«nuevas imputaciones»), al tiempo que reconoce haberlo hecho con anterioridad
«por continuidad de vinculación con la banda armada o por amenazas proferidas
desde la cárcel, como ya hicimos con Ignacio de Juana Chaos». Desde luego, el
señor ministro parecería obsesionado con este asunto si no fuera porque todo lo
hace por el bien de la Justicia. Aquella figurita que tiene los ojos tapados,
una balanza en una mano y una espada en la otra, y que habitualmente colocan en
un ana- quel oscuro y polvoriento.
Hojeo otro periódico atrasado. Aquí nos los dan cuando
los censores lo consideran oportuno. Me sobresalto cuando leo al señor fiscal
general del Estado refiriéndose, una vez más, a Parot y a De Juana. ¡Cómo me
aburren ya Parot y De Juana!, me digo. «No se van a producir esas
excarcelaciones», asegura. No dice que nunca peroŠ para mí que va en serio y es
para siempre. Empiezo a creer que tanto afán justiciero esconde alguna
intencionalidad y no sólo la de cargar de cadenas a unos cuantos prisioneros.
Porque dos años de declaraciones ininterrumpidas como las citadas, acompañadas
de un despliegue mediático desmedido, serían un esfuerzo desproporcionado
únicamente por razones de venganza.
Tomo el “María Moliner” y busco el significado de la
palabra prevaricar: «Faltar un empleado público a la justicia en las
resoluciones propias de su cargo, conscientemente o por ignorancia inexcusable».
Y después de leerlo, me embarga la duda de si dictar resoluciones judiciales con
el objetivo a priori de encarcelar a una persona (sin importar el motivo o la
existencia de delito) se podrá encuadrar en la anterior definición. No lo sé.
Deberé consultar a un jurista. Pero parece improbable que lo que están haciendo
sea prevaricar. Debe de ser legal. Porque la prevaricación es un delito en el
que no podrían caer, todos a una: magistrados, fiscales, ministrosŠ Y por el
caso de un único prisionero no cometerían el error de evidenciar de manera tan
cruda las carencias de su Estado de Derecho.
Durante el año y medio transcurrido desde que terminé de
cumplir la condena el 24 de octubre de 2004, he escuchado, en mi entorno,
algunas explicaciones equivocadas a lo que está sucediendo. Argumentos, sin
duda, desde la buena inten- ción, la inocencia o la incredulidad ante tal cúmulo
de irregularidades. «Después de un tiempo te soltarán. Con dos o tres años más
se darán por satisfechos. Si no hubieras escrito esos artículosŠ Es que como
tienes tantos años de condenaŠ A ti te tienen un cariño especialŠ».
Sin embargo, las anteriores razones son erróneas. Ojalá,
dentro de lo malo, fuera un castigo individualizado sin más implicaciones. Pero
las consecuencias de «mi caso» o de otros similares serán extensivas y muy
graves, incluso más allá de la izquierda abertzale. Y afectarán al recorte de
libertades en todo el Estado, aunque los apliquen selectivamente según
intereses.
El presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia
Nacional lo explicó muy bien en una reciente charla pública en Iruñea: «A veces
nos parece que la ley tiene que cambiar: entonces, se abre esa opción con una
sentencia y se hace que decida el Supremo vía recurso». El mismo juez, en una
entrevista realizada por Tele 5 el pasado día 21, contaba que en los pasillos de
la Audiencia Nacional hay, permanentemente, de trece a quince periodistas
autorizados. ¡Qué curioso que un tribunal de justicia cuente con tan importante
y continuo despliegue de medios informativos!
Si me pongo a pensar mal, se me ocurriría que un cóctel
elaborado con un zumo de jueces con voluntad de forzar el cambio de las leyes
que no gustan, más unos polvitos de periodistas que corretean por los pasillos
de la Audiencia Nacional, más unas gotas de intereses políticos confesables y un
buen chorro de los no tanto, más unos frutos secos como reclamos mediáticos que
nadie se atreviera a defender, y todo bien agitado, daría una magnífica pócima
con sabor a recorte de libertades. Ahí, como reclamos sin mayor importancia, nos
meten a Parot, a otros compañeros y a mí. ¡No somos individualidades! Simplemen-
te, útiles dimensionados artificialmente a los intereses represivos del Estado.
Con el «caso Parot» ya se ha completado uno de esos
circuitos represivos: el de las redenciones. Primero, la Audiencia Nacional
dicta una resolución que no se ajusta a la ley negando la refundición de
condenas. Segundo, se desata una terrible campaña mediática con el reclamo del
«asesino indefendible». Tercero, el asunto llega al Supremo vía recurso, tal y
como indicaba el presidente de la Sala de lo penal en su conferencia. Cuarto, el
Tribunal Supremo desautoriza a la Audiencia Nacional en lo referente a la
refundición de condenas. Pero no tiene importancia. Porque la intencionalidad
era que aquel tribunal pudiera pronunciarse. Y, sin que ninguna de las partes lo
hubiera solicitado, lo hace anulando de facto las redenciones a los condenados
por el Código Penal de 1973.
Estoy acostumbrado a enterarme por los medios de
comunicación, con días y hasta semanas de antelación, de las resoluciones
judiciales que todavía no se han dictado contra mí. Por esto, tampoco me
sorprenden las dotes adivinatorias del señor fiscal general del Estado que
declaró «posiblemente el pleno del Supremo, que se reúne el lunes, busque alguna
fórmula de interpretación que pueda reducir el efecto negativo de las
redenciones de condena». Y acertó una vez más, el día anterior sin que, todavía,
la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo se hubiera reunido.
Y acertó, como había pronosticado, no para Parot, sino de
manera extensiva. Objetivo que perseguían desde la creación del Juzgado Central
de Vigilancia Penitenciaria y las campañas mediáticas que lo acompañaron sobre
el cumplimiento íntegro de las condenas. Lo que comenzó como el «caso Parot» se
ha convertido en el caso de todos los presos del Estado español.
El «caso De Juana» tiene gravísimas implicaciones según
la interpretación que pretende la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional.
Primero, el Colectivo de EEPP no sería tal, sino un «frente de makos» dentro de
un conglomerado de organizaciones delictivas, porque ya se sabe que el amigo del
cuñado del vecino de la prima de un terrorista es otro terrorista. Llegándose al
absurdo, en este caso, de que te continúen metiendo en la cárcel por estar en la
cárcel con otros compañeros que también están en la cárcel por las mismas
razones que tú. Está clarísimo, ¿no? Segundo: al haber estado condenado por lo
mismo con anterioridad, y para que puedan volverte a condenar mientras cumples
la condena, la Audiencia Nacional tiene que dictar una sentencia que, aunque no
se ajuste a la ley, dé voz al Supremo, para que cambie su doctrina que
«considera este delito de comisión permanente y sin límite de tiempo», de forma
que, en el futuro, se pueda condenar dos veces o más por lo mismo. Tercero: pero
como, además, ni siquiera hay delito, reinstauran el de opinión encubriéndolo
como amenazas. No creo que sea necesario extenderme sobre las implicaciones de
que se cree jurisprudencia en estas líneas represivas.
Los macroprocesos judiciales con los que se castiga a
Euskal Herria en los últimos años tienen una enorme importancia. De la misma
importancia, por los mismos motivos, son los emprendidos recientemente con el
reclamo de algunos presos políticos. Porque, al final, la sentencia que dice el
Supremo en un macro o en un microjuicio será una, pero las consecuencias
afectarán a todos.
Ahora, como siempre, los diferentes procesos judiciales
emprendidos contra la disidencia evidencian el conflicto político existente en
nuestro país y lo legitiman. Ahora, más que nunca, el Estado demuestra el valor
del preso político como rehén. ¡No hay casos individuales! El caso es el de la
izquierda abertzale y el de todo aquel que luche por un marco de libertades. -