No sé los fumadores que leen esto, pero lo que es yo, siempre, de toda la vida me he comprado los cigarrillos en el club de la esquina, ése del farol rojo. Por eso comprendo tan bien al ya ex procurador de Baiona, pobrecito él, que, agotado por los esfuerzos mentales realizados durante un congreso de fiscales europeos interesados en definir «la ética de los magistrados en Europa», salió a comprarse unos pitillos al club de la esquina, Le Bijou, en la ciudad germana de Celle.
Según el parte de la Policía alemana, el ex fiscal de Baiona, tras hurtarle la tarjeta de crédito a una magistrada que asistía al congreso, se paseó por Le Bijou, donde requirió servicios. Cigarrillos, sostiene él, que entró en el sitio aquel por las ganas de fumar, que debe de ser que en Alemania el tabaco se vende en estos lugares. Lógico, paquete rima con burdel.
Errores pueden y deben tenerse en la vida. Pero robarle la visa a una colega para prodigarte los servicios de unas mujeres que están ejerciendo por la fuerza si no por la física por la de las circunstancias, eso, eso no es un error. Y no lo es cuando además se es un fiscal con licencia para imputar. Eso no es un error. Eso es cinismo para con la Justicia que se dice defender, y mala fe para con las mujeres a quienes se acusa y condena.
Por todo ello, este señor ha sido juzgado. El veredicto no se conoce aún, aunque como él dice, los periodistas ya le han condenado. «Mi honor está en juego, aunque ya haya sido ensuciado por esos de ahí atrás», llegó a vociferar con todo el descaro del mundo durante el juicio. El sólo fue a comprar cigarrillos. «Todo lo que dice la Policía no es sacrosanto», añadió ése cuyo trabajo se basa justamente en aseverar que la Policía no es tonta y que nunca se equivoca, y que el que miente es siempre el del banco de los acusados.
Lo que son las cosas. Las vueltas que da la vida, ay dios, que diría Pedro Navaja. Dieciocho meses de cárcel piden por él. A ver qué dice la Justicia de este presunto delincuente.
Mientras, me pregunto qué dirán esas que se pasean por las calles de Biarritz, taconeando las aceras en la noche, fumando en la espera, esas que fueron paseadas por el tribunal de Baiona y señaladas por el dedo humillante del procurador. Me pregunto qué pensarán ahora ellas, de qué sentimientos estará coloreado el humo de sus cigarrillos. Me pregunto de qué sabor será el placer de sus caladas. -