Montejurra, 30 de años de impunidad sobre la matanza con más testigos
Apenas dos meses después de la masacre del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz, otro rincón de Euskal Herria se tiñó de sangre hace ahora 30 años. La reunión anual de los carlistas en Montejurra fue atacada por fascistas con el apoyo de la Guardia Civil. Murieron dos personas. Manuel Fraga, entonces ministro de Gobernación, sigue como senador. Ni siquiera «el hombre de la gabardina» fue condenado por ello.
El día amaneció gris y con un intermitente sirimiri en ese 9 de mayo de hace 30 años. Para las 6.30 de la mañana la cumbre de Montejurra estaba ocupada militarmente por diversos grupos de los llamados «sixtinos» o seguidores de Sixto de Borbón, hermano de Carlos Hugo. El propio Sixto y su Estado Mayor habían pernoctado en el Hotel Iratxe, en las faldas de la montaña. A las 7.30 de la mañana llegaban casi 300 guardias civiles y policías con material antidisturbios y se distribuían por los alrededores de Montejurra, en cuya cima se encontraban además guardias civiles adscritos a los cuarteles de Lizarra y Abartzuza. Para las 9.00 ya se habían reunido unos 500 simpatizantes de EKA (Euskalherriko Karlista Alderdia) muy cerca del Monasterio de Iratxe, cerca de la salida del Via Crucis, cuyo inicio estaba anunciado para las 10.30. Entre ellos se encontraban Irene, esposa de Carlos Hugo, y María de las Nieves, hermana del líder carlista. Después de 140 años de historia, el carlismo se presentaba como defensor de las libertades forales y la propiedad comunal, y propugnaba un estado socialista y federal en régimen de autogestión. Carlos Hugo y toda su familia habían sido expulsados por el régimen de Franco en 1968, y en 1976, muerto el dictador, el líder carlista regresaba a Montejurra para celebrar una jornada histórica junto a miles de carlistas, no sólo vascos sino procedentes también de otras regiones del Estado. Aquella jornada, además, quería ser un clamor a favor de las libertades políticas, negadas durante 40 años de dictadura. Pero los sectores más afines a Franco no estaban dispuestos a consentirlo. Manuel Fraga, ministro de la Gobernación, y Angel Campano, director general de la Guardia Civil, habían conectado con Sixto Enrique de Borbón, hermano de Carlos Hugo, para ponerle al frente del carlismo «auténtico» frente al «desviacionismo» de su hermano. La jugada era perfecta. Un miembro de la dinastía carlista, antiguo legionario, iba a ser utilizado para aglutinar a los sectores más integristas del carlismo, de aquellos que habían combatido a favor de la «Cruzada» franquista contra «el comunismo y los separatistas». Ahora había llegado el momento de «limpiar Montejurra de comunistas», tal como pregonaban los periódicos afines al régimen. Sixto tenía el apoyo oficial de los responsables del orden público del Estado, y en última instancia del propio Gobierno de Arias Navarro, cuyo objetivo era consolidar la Monarquía del 18 de julio. No hay que olvidar que el propio Juan Carlos I, jefe de Estado nombrado por Franco, consideraba a Carlos Hugo un adversario personal. Pero la Operación Reconquista necesitaba también gente dispuesta a matar, y para ello reclutaron elementos de la extrema derecha, no sólo españoles sino también procedentes de organizaciones fascistas de varios países. Entre los elementos reclutados de la extrema derecha española se encontraban José Arturo Márquez de Prado, conocido como Pepe Arturo, antiguo jefe del Requeté, señorito terrateniente y fanático militarista. El fue el encargado de organizar a un grupo restringido, profesional y provisto de armas automáticas, que se encargaría de «limpiar el terreno» antes de que se produjera la llegada de Sixto a Montejurra. Y así se hizo. A las 10 de la mañana de aquel 9 de mayo de 1976 las inmediaciones del monasterio de Iratxe son un hervidero de carlistas, periodistas, invitados y representantes de partidos democráticos de la oposi- ción. Por el ramal que enlaza la carretera general con el monasterio comienza a subir un tropel de gente. Delante, marcando el paso marcialmente, un grupo de 50 ó 60 personas con atuendo paramilitar. En cada brazo portan un óvalo con las siglas RS (Requeté Seguridad), y un numeroso grupo de fascistas con las insignias de Sixto. Al llegar la cabeza a 100 metros del monasterio, se paran. Se destaca del grupo un individuo de unos 50 años, cubierto con una gabardina verde. Hace sonar un silbato, sus seguidores se despliegan en línea recta y comienzan a lanzar piedras contra los carlistas, entre gritos de «Rojos no», «Viva España», «Viva Cristo Rey» y «Viva el Fascio». Varias personas caen con la cabeza destrozada por las pedradas. Maritxu Olazaran, de Iruñea, es la primera baja. Pero se reincorpora, se pone frente a los agresores y les dice «¿Qué váis a hacer?». La respuesta es una cuchillada que la derriba al suelo. Esgrimiendo porras de acero, garfios, guanteletes de pinchos, cadenas y pistolas, continúan su agresión mientras avanzan hacia el monasterio de Iratxe. El grupo de orden de los carlistas reacciona y se enfrenta a los agresores, buscando el cuerpo a cuerpo y empuñando sus bastones de monte. A las 10.15, a la altura de Bodegas Irache, se adelanta un grupo de sixtinos de la retaguardia, varios de ellos empuñando pistolas. Son recibidos con gritos de «Vosotros, fascistas, sois los terroristas» y «El pueblo unido jamás será vencido». Varios fascistas se destacan del grupo y Mariano Zufía, militante de EKA, les pide que se vayan. Uno de los agresores, José Luis Marín García Verde, replica que han venido a «limpiar Montejurra de comunistas», a la vez que extrae de su gabardina una pistola FN Browning, del 9 corto. A su lado, Aniano Jiménez Santos, militante carlista de Santander y miembro de HOAC, que había participado activamente en la respuesta a la agresión, le grita con desprecio a cuatro metros de distancia: «¡Cobarde!».
EL HOMBRE DE LA GABARDINA
El hombre de la gabardina gira a su derecha y le dispara un tiro a la altura del vientre. Aniano es ayudado por varios carlistas, a quienes no quiere dar su nombre porque estaba fichado, ya que había sido detenido en varias ocasiones por suscribir manifiestos democráticos obreros y repartir propaganda. A pesar de su urgente hospitalización, Aniano fallecería tres días después en el Hospital de Nafarroa. La Guardia Civil ha presenciado los hechos a pocos metros, pero no interviene. Poco después empieza a pedir documentaciones a los carlistas, que les exigen que actúen contra los agresores. Después se sabría que los miembros de este cuerpo tenían «órdenes de arriba» de no intervenir. Mientras tanto, miles de personas comienzan el Vía Crucis en una explanada próxima, sin tener conocimiento todavía de lo sucedido en Iratxe. Hacia la mitad de la subida hacia la cima, aparece entre los matorrales Carlos Hugo, escoltado por tres carlistas del servicio de orden. La gente le vitorea y se oyen gritos de «Am- nistía», «Askatasuna», «Gora Euskadi», «Visca Catalunya» o «Viva Andalucía libre», al tiempo que ondean ikurriñas, aún prohibidas por el régimen post-franquista. A las 11.20, la muchedumbre, estimada en más de 10.000 personas, comienza a acercarse a la cumbre de Montejurra. Pepe Arturo toma un megáfono y anuncia: «Atención carlistas, os va a hablar Don Sixto». Un grupo adelantado responde con un prolongado abucheo y gritos de «Carlos Hugo libertad». La respuesta de Sixto es inmediata: «¡Haced fuego!». Mientras dispara repetidamente con su pistola automática, Pepe Arturo grita: «¡Fuego raso!». Los integrantes fascistas del primer cordón que estaba junto a la cima de Montejurra se agachan, sacan sus armas y disparan. Cerca de ellos, una ametralladora emplazada entre las rocas lanza varias ráfagas. Los carlistas se arrojan al suelo y se dispersan. Una joven cae herida de bala mientras grita «¡Viva el carlismo!». Tras una fuerte discusión con una carlista de Viana, a la que amenazan con despeñar, Sixto se retira hacia los Land Rover en que habían llegado a la cima, seguido de sus legionarios y al menos tres guardias civiles.Más abajo, se oye un grito entre los carlistas: «¡Un médico, por favor, un médico!». Un joven ha sido tiroteado y se encuentra pálido. El alcalde de Iruñea, Javier Erice, le atiende en un primer momento y aprecia dos impactos de bala, uno en el costado y otro en el corazón. Aconseja su evacuación inmediata al hospital, pues sólo en el quirófano se le puede salvar la vida. Un hombre le practica la respiración artificial, pero es inútil. Fallece allí mismo. Uno de sus amigos recoge su boina roja del suelo y le identifica: se llama Ricardo García Pellejero, de 20 años, obrero y vecino de Lizarra. Pertenece a una familia humilde de trabajadores. No es militante de ningún partido político, pero se considera del «pueblo carlista» y por eso ha querido acudir a la cita de Montejurra. La Cruz Roja recoge a los demás heridos: Jesús Vera tiene un tiro en la ingle; Bernarda Urra sufre otro en una nalga; José Javier Nolasco tiene un pie destrozado por una bala. Otros muchos se han salvado al arrojarse al suelo, ya que las balas les han pasado sobre la cabeza. A las 11.30 el Via Crucis se detiene. Llegan noticias desde la cumbre;ha habido disparos y heridos. Carlos Hugo aconseja no continuar para evitar una masacre y se decide celebrar misa allí mismo, en la ladera de Montejurra, utilizando pan de pueblo y vino de una bota. Un grupo de militantes del Partido Carlista decide llegar hasta la cumbre de Montejurra, pase lo que pase, y llegan a tiempo de ver cómo los sixtinos huyen por el otro lado, protegidos por la Guardia Civil. -
IRUÑEA
Lekukotasunak
«Pensamos que eran tiros de fuego» | Jose
Mari Esparza En aquél entonces yo militaba en las Comisiones Obreras,
todavía ilegales. Por medio de ellas convocamos al acto de Montejurra, que aquel
año se había planteado como una jornada unitaria de respuesta a los intentos de
prolongar el franquismo. Todos los partidos y sindicatos se sumaron, desde la
izquierda abertzale o la ORT al PSOE, a favor de la amnistía, el derecho de
autodeterminación para las cuatro provincias, la depuración o disolución de los
cuerpos represivosŠ La democracia, en suma. Entonces todo el mundo estaba de
acuerdo en lo fundamental. Yo subí a la cima muy temprano. Recuerdo que a
cincuenta metros estaba sentado uno de Etxarri-Aranatz que al pasar me dijo en
vasco: «Ez dute uzten». Yo creí haber entendido mal y seguí adelante hasta que
topé con un uniformado, que cortaba el paso. Había niebla, y por las crestas se
veían las siluetas de otros, que se cruzaban órdenes y silbatos. La gente iba
llegando. Eramos ya unos cien cuando en esto llegó un viejico carlista, de esos
que madrugan para poder subir poco a poco hasta arriba. Lo pararon de malos
modos. Fue entonces cuando todos nos echamos adelante y comenzaron a oírse los
disparos. No me creía que podrían disparar a bulto a la gente, ni siquiera
viendo los fogonazos de la ametralladora. Una chica se puso a gritar. «¡Que me
han dado!», decía. «¡Qué te van a dar, si son fogueos!», le dije yo. Pero se
levantó la camisa y, en efecto, tenía un agujero en la zona lumbar. En ese mismo
instante veo a mi lado otro chaval en el suelo, con los ojos abiertos y
respirando con dificultad. Me puse a hacerle la respiración artificial. Al rato
me dí cuenta de que tenía un agujero, pequeñísimo, en el pecho, sin sangre. Por
allí se le fue la vida. Luego supe que era Ricardo García Pellejero. «Muchos carlistas dejaron de serlo» | Rodolfo
Izal Fue un día muy largo, y tengo algunos recuerdos muy grabados. Por ejemplo, cuando mataron a Aniano, yo estaba muy cerca de donde cayó. Nos encontrábamos fuera del monasterio de Iratxe, almorzando y esperando que saliera el Via Crucis. Entonces, se oyó por los altavoces: «Carlistas, a defender el monasterio, que vienen los fascistas atacando de nuevo». Salimos un montón de gente a encontrarnos con ellos por la carreterica de las Bodegas de Irache, por donde venían. A pesar de sus pistolas y demás, corrieron. Cuando se oyó el disparo que hirió a Aniano, casi a quemarropa, hubo un momento de quedarse paralizado. Mi tío, Antonio Izal, y yo mismo, exigimos a la Guardia Civil que detuviera a la persona que había disparado, pero respondieron que ellos no tenían orden de actuar y que no entendían qué es lo que estaba pasando allí. Fue como la certificación de que iba a ser un día muy largo. Esto estuvo precedido por pintadas como «EKA morirás» o los enfrentamientos que tuvimos en Pamplona con los Guerrilleros de Cristo Rey. También recuerdo la subida triste que hicimos luego a Montejurra. Cuando yo iba en la quinta cruz, entonces bajaban en una camilla a Ricardo García Pellejero, casi muerto. Hay quien dice que fue el principio del fin para el carlismo. Pero todavía estamos aquí. Es indudable que, a partir de Montejurra 1976, mucha gente que se decía carlista dejó de serlo o puso en duda su ser carlista, porque se vio al carlismo como un gran enemigo del Estado. Pero no es sólo Montejurra 76. En las primeras elecciones, en el 77, el Partido Carlista, junto con la ORT, el PTE y el MCE, no estábamos legalizados y no pudimos presentarnos. Entonces los carlistas éramos bastante fuertes, sobre todo en Euskal Herria. «Estaba todo preparadísimo» | Margarita Alonso
En aquellos años era el único lugar en el que se podía decir lo que sentía. Los días anteriores, Fuerza Nueva y los periódicos de extrema derecha ya habían hecho mucho alarde y ostentación de que iban a ir con armas a reconquistar Montejurra. Algunos de los agresores pasaron la noche en el Hostal Iratxe y la reserva de las habitaciones la había hecho el gobernador de Navarra. Estaba todo preparadísimo. También trajeron muchos mercenarios y algunos dejaban las armas encima de la mesa del comedor (...) El Vía Crucis salía del Monasterio de Irache. Nosotros estábamos en la puerta y, de repente, nos atacaron con piedras y armas. Allí fue donde hirieron a Aniano Jiménez de un tiro y luego se marcharon tranquilamente delante de la Policía Nacional, que nunca iba a Montejurra pero que aquel año lo tenía todo tomado. Lo vieron todo pero no movieron ni un dedo (...) Subí a todo correr hacia arriba para avisar a la gente y pedir que no llegasen a la cima, sino que esperasen a que llegara el grueso del Vía Crucis. Entonces empezaron a disparar ráfagas. Yo me tiré detrás de una manta y poco después Ricardo García cayó justo donde estaba yo. Pedía un sacerdote porque, la verdad, estaba herido de muerte. Un señor cogió su boina y me la dio. Seguían disparando desde la cima, pero nos favoreció que había muchísima niebla.
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