Durante un buen puñado de años, la acción armada de ETA ha servido a muchos analistas «con amigos en la izquierda abertzale» para trasladar a la sociedad vasca que los atentados eran un hándicap mayor cara a mostrar en su verdadera dimensión el conflicto que vive Euskal Herria.

Esta buena gente susurraba a cuantos oídos se le ofrecían que, sin el ruido de las bombas, nada ni nadie podría ocultar esas «otras cosas terribles» que nos ocurren a los vascos.

Sólo esa premisa, la de la desaparición del escenario político de la variable de la acción armada de ETA, nos comentaban estos observadores tranquilos, sería en sí misma suficiente para que el mundo descubriera la innegable razón que asiste al pueblo vasco en su afán de guiar sus destinos.

Una les ha venido escuchando con respeto, con una sonrisa en los labios y, qué quieren que les diga, hasta con unas ganas enormes de que fuera tan sencillo, después de tanto dolor, arreglar un futuro mejor para todos. Pero esto último es un deseo humano, sin mayor valor para el análisis. ¿Quién no aspira a levantarse una mañana y descubrir que la puerta que chirriaba la víspera encaja y funciona a las mil maravillas?

Con todo, lo más grave no es que la realidad no apunte a ese cambio multilateral, que lo es. Lo más grave es ver lo pacientes que pueden ser los más impacientes con que el día D quedara marcado en el calendario.

Sin el ruido de las bombas, no se escuchan con más fuerza los gritos de los torturados. Su sufrimiento no merece realce en los medios, ni ocupa generosos minutos de reflexión política. Tampoco se anuncian iniciativas de calado desde los ámbitos institucionales para hacer insostenible la dispersión de los prisioneros, ni se pelean los electos sin el voto popular por entregar su credencial y dejar en evidencia que el apartheid no es compatible con los nuevos tiempos.

Por entendernos, que no anda la N-I colapsada por una marcha por la libertad, ni los ayuntamientos han abierto las puertas a la pluralidad del país.

Por eso, ahora que les noto ciertamente aliviados, les susurro a estos colegas «con amigos en la izquierda abertzale» que la realidad no ha fallado, sólo falló su análisis. Todo sea dicho con la misma sonrisa, y con la confianza de que hay energía popular suficiente para poner las cosas en su sitio. -