Francisco Javier Meabe - Secretariado Social Diocesano Justicia y Paz
Las víctimas y nosotros
Conscientes del delicado terreno en el que nos movemos, en reiteradas ocasiones, con absoluto respeto y solidaridad, desde el SSD Justicia y Paz nos hemos referido a las víctimas, a la reparación que se les debe en justicia, así como también, al acompañamiento que necesitan. ¿Qué más puedo decir sobre este particular para que sea interpretado en su justa medida? ¿Existe en este punto justa medida? Siempre he afirmado que su memoria, la de todas las víctimas, debe estar presente en un nuevo escenario de paz, sin que ello interfiera indebidamente en el proceso de normalización política, ya que son los representantes elegidos legítimamente por la voluntad popular los que deben abor- dar y dar forma a los contenidos de tal normalización. ¿Cuál es el alcance del reconocimiento y en su caso el protagonismo que se ha de atribuir a las víctimas? La vida política tiene sus propios cauces y las víctimas deben participar en ella como todos los demás ciudadanos. Aun así, es difícil sacar a las víctimas del debate político. Más todavía cuando algunos grupos que hablan en su nombre funcionan como agentes políticos activos, respaldando a unos partidos y atacando a otros, o forzando a instituciones y gobernantes a tomar decisiones que en todo caso corresponden a las legítimas opciones políticas que se dan en el juego democrático. En todo caso, su principal aportación ha de ser el testimonio de cómo se puede ser protagonista de la vida e historia de un pueblo y hacer que las personas y su dignidad sean un fin en sí mismos, y nunca un medio. Además les toca ser un referente en la regeneración ética de la sociedad. Esta es su grandeza y su limitación. Las palabras pronunciadas por Pilar Manjón en su memorable discurso exigiendo justicia, transparencia y responsabilidad para las víctimas inocentes del 11-M, al margen de cualquier manipulación política partidista, son el mejor exponente de lo que decimos.
Las víctimas habrían de ser importantes agentes de pacificación por el efecto ejemplarizante que su conducta puede tener en otros sectores de la sociedad. Así también, en su justa medida, los presos y sus familiares. En este sentido, el testimonio de las víctimas es de un valor incalculable y la sociedad sabrá acogérselo con gran alivio, esperanza y profundo agradecimiento. Lo hemos constata- do muchas veces.
Las víctimas deben ocupar un lugar mayor en la vida social vasca, como en el mundo de la cultura, e incluso en las expresiones religiosas y sociales del pueblo, no para aumentar su victimismo, sino como justo reconocimiento frente a la injusticia cometida con ellas y al esfuerzo y sacrificio que supone su aportación a la convivencia. El reconocimiento social debido a las víctimas, con razón, es una asignatura pendiente de los partidos políticos, pero cabe decir que no sólo de los partidos políticos, sino también de otros estamentos de la sociedad vasca. Se podrá considerar de diferente manera la falta de este reconocimiento. En nuestro caso, creo que se debe, entre otras razones, a la complejidad misma del problema de la violencia, así como a la falta de un consenso mínimo en la definición del problema político vasco y de sus vías de solución.
No se trata de pasar página, de suprimir la memoria, pero sí de superar los odios que ahogan e impiden recuperar la capacidad y la libertad de recordar perdonando las ofensas inferidas. Me parecería una lamentable equivocación mantener la memoria del daño causado, sin que ello suponga trabajar por una nueva situación de aceptación mutua en el futuro.
Es cierto que la paz definitiva descansa en la justicia, pero la experiencia de la historia en los procesos de reconciliación en pueblos desgarrados por conflictos internos, culturales y políticos no avala la idea de que esa reconciliación haya de estar necesariamente precedida de la absoluta y completa depuración, en muchos casos im- posible, de las injusticias anteriormente cometidas. Muchas veces también otros factores importantes han de acompañar a la realización de la justicia, así, la paz civil, la reparación posible de los daños causados o la promesa constatable de no usar más la violencia como arma política. Es importante recordar a este respecto que más de una vez se ha renunciado a una demanda de responsabilidades del pasado en la convicción de que no se repitiesen las atrocidades en el futuro.
Superar, si es posible, una situación que ya no tiene remedio, e integrarse plenamente en la sociedad, son elementos para poder vivir juntos y normalizar la vida diaria. También ha de serlo avanzar hacia posturas más profundas de encuentro personal y social, del reconocimiento de mal inferido, del perdón y la reconciliación. Estaríamos así en el campo más humanizado de la paz, pero ésta es una tarea pendiente, que va a necesitar tiempo, temple y un compromiso renovado de caminar juntos en acciones solidarias comunes. -
|