Obras maestras
Unir a dos bilbainos con doscientos años de diferencia resulta interesante, aunque se trate del malogrado compositor bilbaino Juan Crisóstomo de Arriaga (1806-1826) y el actual violoncellista encumbrado Asier Polo (1970). La OSE acude a recordar a J.C. de Arriaga en su “Obertura” para la ópera posible de “Los Esclavos Felices”, obra de juventud retocada que, interpretada a gran orquesta con los colores tímbricos instrumentales del momento actual, resulta brillantísima y proclive a aire impregnado de estilo operístico a la italiana actual. Propio para virtuoso resulta ser el magestuoso “Concierto para violoncello y orquesta en la menor” de Robert Schumann (1810-1856), que en los dedos hábiles de Asier Polo aparece como un bello caramelo melódico tratado en ambas tesituras y seriamente apoyado por la orquesta complementaria. Polo se erigió en el centro de atención conduciendo hábilmente ambos extremos en los distintos movimientos bien ligados y aportando una expresividad cálida y sentida, como compete a un romántico empedernido. Su caminar cadencioso e intensamente expresivo se escuchaba desde todos los ámbitos del Auditorio y resultaban improcedentes los animados pasajes orquestales puntuales. Los sinceros y férvidos aplausos arrancaron del solista la danza Allemande de la 2ª Suite de J.S. Bach en seria y justa interpretación.
El botón de oro de un Mozart magistral fue la “Sinfonía nº 39 en mi bemol mayor, KV543” del tripartito sinfónico final creativo tan apreciado. El maestro ofreció una ágil y detallada interpretación, cuya textura daba primacía a las cuerdas agudas melódicas. Tan a gusto sintió la orquesta los aplausos que bisó, cosa no habitual. -
OTXANDIO
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