DUISBURGO

De Rossi, nacido en Roma el 24 de julio de 1983, criado futbolísticamente en las categorías inferiores del Roma y que debutó en la Primera división el 25 de enero de 2003, tiene la clásica pinta de «niño bueno incapaz de romper un plato». Su imagen, alto (1,83 metros) y rubio, con cara que aparenta aún menos edad de la que tiene, su juego de calidad y toque, de organización pero no exento de buen recorrido físico y recuperación, le ayudan a ello.

Sin embargo, su carrera deportiva está llevándole a un sendero peligroso: ser recordado más por sus faltas que por su calidad. La expulsión del sábado por un codazo descarado en el rostro a McBride, en un balón disputado por alto en el centro del campo, en zona sin peligro para las metas, ya tiene precedentes para el romanista.

Este mismo año, hace apenas cuatro meses (el 15 de febrero), De Rossi ya fue expulsado ante el Brujas, en partido de la UEFA jugado en terreno belga, por propinar un codazo a un rival; en este caso a Klusowski.

Pero antes, ya había protagonizado otras acciones de juego violento sobre el terreno de juego.

Se le recuerdan varias entradas al límite: al nigeriano Oba Martins, en un Roma-Inter de Milán (03-10-04), que obligó al cambio del interista, retirado en camilla; en el Bayer Leverkusen-Roma (19-10-04), de Liga de Campeones, a Schneider; o en el Roma-Siena (19-11-04), de Copa de Italia, a Ardito, que le produjo rotura de ligamentos. También en el Cagliari-Roma (13-03-05), con falta al hondureño David Suazo, o en el Fiorentina-Roma (16-03-05), de Copa de Italia.

De esos cinco casos, fue expulsado ante el Bayer Leverkusen, el Cagliari y Fiorentina. Demasiadas faltas graves para un jugador de corte creativo.