Desde Euskal Herria muchos hemos seguido con atención las nuevas fórmulas políticas ensayadas en Catalunya y que ahora, tras el referéndum del Estatut, se deben someter a balance.Evidentemente, quien esto escribe ni puede ni debe entrar en disquisiciones sobre lo que de positivo o negativo han tenido tales fórmulas en el desarrollo político del pueblo catalán, pues sólo el tiempo lo dirá. Ahora bien, tampoco está de más extraer conclusiones en lo que puede aportar al proceso vasco.
Para comenzar, a los y las catalanes les ha vuelto a tocar el sambenito de abrir, y seguramente cerrar, el debate sobre el modelo de Estado. Lo llevan haciendo desde antes de la II República española.
Sin embargo, en esta ocasión se ha probado una fórmula diferente, que ha consistido en otorgar el liderazgo a una fuerza estatalista como el PSC, cuyas propuestas han sido la matriz del texto que aprobó el Parlament con el voto del 90% de sus representantes.
Pasqual Maragall ha sido el gran protagonista del debate por muchos motivos. Su modelo de estado asimétrico, como antesala del Estado federal donde las realidades nacionales son reconocidas en su diferencia respecto a las regiones, pero carecen de soberanía, era la gran novedad que debía posibilitar el definitivo encaje de Catalunya en España.
A priori parecía que la nueva receta venía bendecida por el «talante Zapatero», dispuesto a acometer sin complejos la reorganización del Estado, pero visto lo visto, más bien parece que el piloto Maragall iba solo en el barco, sin tripulación o, al menos, sin la de su partido.
Lo cierto es que a día de hoy lo que podemos sacar en claro de esa cuestión es que para el Estado poco importa quién es el promotor de la idea, sino la idea en sí misma; Maragall ha pagado su coherencia de convicciones con la defenestración y el PSOE de Zapatero está muy lejos del reconocimiento del derecho de autodeterminación.
Por otro lado, se podrá achacar que muchos no han dejado de meter palos en las ruedas, pero es innegable que la fórmula de gobierno de izquierda no ha funcionado. Seguramente no habría sido así si los integrantes del tripartito se hubieran limitado, sin más, a gestionar el chiringuito, como acostumbran por aquí, pero el tema se ha complicado al tratar de conciliar intereses antagónicos.
Hace unos años, habríamos utilizado la teoría política para explicar por qué ha fracasado. Habríamos señalado que en Catalunyay en Euskal Herria también la contradicción principal es la nacional, la que enfrenta el interés del pueblo catalán por recuperar su soberanía con el interés de las clases dominantes del Estado por preservar una actual organización política que le reporta suculentos beneficios. Ahora, con la banalización de la política, todo se explica como falta de química entre los actores...
Pero no ha sido la ausencia de entendimiento dentro del tripartito catalán lo que ha acabado por despachar a ERC. Al final, la gran diferencia respecto a sus ex socios de gobierno es que ha sido el único que sólo piensa en catalán. Los otros, han tenido y tienen el problema de las sucursales: siendo catalanes deben obediencia a partidos o estructuras estatales.
Así pues, se puede extraer como lección que todo lo ilusionante que pudiera ser experimentar alianzas políticas de componente social acabará siendo estéril en tanto en cuanto los marcos de referencia nacional no sólo sean diferentes, sino incluso antagónicos.
Antes ya hemos anotado que el caso catalán era una gran prueba de fuego para Zapatero. En su mano estaba respetar la decisión del Parlament o imponer el criterio español amparándose en la legalidad constitucional. La gran aportación del presidente español a la democracia habría sido el abstenerse de intervenir, apartarse y dar la palabra a los ciudadanos del Principat. Pero no ha sido así.
El Estado español ha vuelto a raptar la voluntad popular con plebiscitos amañados, hediondos... De nuevo el «lo tomas o lo dejas», la burla al pueblo y a sus representantes, y la imposición, la sempiterna imposición. Zapatero no ha podido resistir la tentación de actuar como sus predecesores. Es lo más fácil.
A nadie se le escapa que el resultado del domingo pasado es tan raquítico que nadie puede hablar de aprobación popular. Los y las ciudadanas catalanas han respondido a Zapatero con la apatía, una apatía que choca, por ejemplo, con el entusiasmo montenegrino al votar su independencia. El Estatut de Zapatero no ha interesado porque cualitativamente no es diferente a lo que ya tienen; algo que no ha sido aprobado más que por el 33% de la población no puede ser muy legítimo. Sin ir más lejos, con ese porcentaje de síes, a Montenegro la comunidad internacional le habría negado el pan y la sal. Sin em- bargo, a los españoles les es suficiente para perpetuar el status quo.
La conclusión es clara: al pueblo sólo se le deja hablar para asentir lo que el Estado designe y, encima, éste no necesita apoyo mayoritario para darse por legitimado.
Para finalizar, tampoco se nos puede escapar la falta de escrúpulos de la derecha nacionalista, capaz de vender el alma al diablo si con ello asegura un lugar al sol. CiU esta vez ha roto todas las marcas entregándose y entregando a Catalunya en cuerpo y alma. Ocurre que cuando lo mezquino llega a categoría política surge la tendencia a convertirse en la voz de su amo. Acaba siendo patético que una fuerza que se reclama catalanista le haga el trabajo sucio al Estado y termine por desempeñar el papel de necesario reclamo para disfrazar la imposición como pacto y el cerrojazo político como límite natural de la reivindicación.
Lo ocurrido en Catalunya es un espejo donde los vascos y las vascas debemos mirarnos. Siendo procesos diferentes, tenemos en común bastantes cosas, tantas como para aprender unos de otros.
Allí y aquí sabemos que los procesos pueden y deben estar a salvo de coyunturas más o menos malévolas, pero lo más inquietante no es la falta de respeto que sugiere el contrario, sino pensar que bajo la piel de Bamby se esconde un lobo. -