«Uno tiene a alguien bajo su dominio, cuando lo ha encadenado o privado de sus armas y medios de defenderse o de escapar, o bien cuando lo ha empapado de miedo, o bien cuando, mediante un beneficio, se lo ha atraído de tal modo que éste, deudor de aquél, prefiere someterse a los deseos de su benefactor mejor que seguir los suyos propios y antes ajustar su vida conforme al juicio de aquél que decidir por sí mismo. Quien domine a alguien por el primer o segundo modos dominará su cuerpo pero no su mente; quien logre hacerlo a través del tercero o el cuarto asentará su derecho tanto sobre su mente como sobre su cuerpo». Spinoza.
Hartos de intentar cambiar el mundo y no conseguirlo, el mundo ha acabado por cambiarles. Querían un mundo bueno pero, tras el fracaso y como la vida es corta, han apostado por ser ellos los buenos. El periclitado debate entre el hombre rebelde de Camus y el revolucionario de Sartre, como lo pone de manifiesto C. Fdez. Liria en un artículo, vuelve a la palestra. Ya no apuestan por mancharse las manos. Todos como Jeannette: todos, como mucho, rebeldes porque el mundo los hizo así. Como no hay buenos sin malos y hay malos excesivamente poderosos, se meten con los malos que luchan por un mundo bueno para que no los identifiquen con ellos.
Piensan que si son buenos, los malos que dominan el mundo se darán cuenta de su error y todo será bondad. Pero que ahora los malos que quieren el bien son el principal obstáculo para que el Mal se vuelva bueno. ¡Vaya lío! Tanta bondad abruma.
Y como los buenos tuvieron pecadillos de juventud, es decir, fueron también malos que lucharon por un mundo bueno, ahora tienen que pedir perdón para la exculpación de sus pecados y denunciar a los malos que persisten en la consecución de un mundo bueno. Así los malos poderosos se darán cuenta de su arrepentimiento y conversión, admitiéndolos en la cuadrilla. Y todos felices.
Porque, amiguitos, es tiempo de la política de los buenos que quieren el bien y no de la violencia de los malos que luchan por conseguirlo. Era mentira la existencia de dos tipos de violencia: la estructural y la de contestación. Es la misma, su uso nos vuelve a todos malos. En ausencia de violencia de contestación todo se puede pedir. Es la grandeza de nuestra democracia. ¿Y dar?
Dar, dar, lo que se dice dar, te dan por donde amarga el pepino. -