José Luis Pasarin Aristi - Poeta
Tutelar
Uno se resiste a creer que el estado de derecho es un papel higiénico de usar y tirar, que la paz pierde sen- tido cuando al ciudadano se le envuelve con sibilinos mensajes, gestos omnipotentes y palabras confusas perdidas en el espacio sideral. Digo esto porque a menudo nos suelen hablar con frases tan lapidarias como esa de que nadie tiene que tutelar a nadie, salvo aquel que tiene el poder de tutelar, como si estuviésemos en un convento de monjas. Aquí, en este medio hostil y de malvados, lo de la tutela y demás lindeces lapidarias suele ser una forma de tergiversar y justificar posturas inmovilistas de cara a un electorado al que hay que convencer en los prolegómenos de cualquier situación delicada, conflicto o resolución política a la que solemos asistir de espectadores cada día, léase aquí en nuestro país, Irak, Líbano, Irlanda, y un largo etcétera. Esta palabreja de tutela, dicha según en qué momentos, llega a sonarle a uno a estupidez y tongo cortesano para disimular el auténtico quid de los problemas. Así desde una postura freudiana personal se puede pensar que los otros, los votantes y demás pensantes, son esos extraterrestres que no se enteran de la misa la media. Es una falta de ética y honestidad camuflar y soterrar principios tan importantes y elementales como son los derechos y las libertades que puede tener cualquier país del universo y de las personas que los conforman en aras de unos míseros votos y unas poltronas que tarde o temprano se difuminan en la realidad más kafkiana. La libertad, el sentido común y la justicia, todos sabemos que han sido conceptos ambiguos y manipula- dores que los colonizadores y hasta los más tiranos de este suburbio del espacio han empleado desde casi siempre como metáforas de la nada o, lo que es peor, para no hacer nada y no darle al semejante más que migajas de lo que le corresponde, máxime en estos tiempos tan globalizadores, imperialistas y de desconcierto, cuando la llamada izquierda democrática y la derecha son tan ambidiestras que muchas veces sus promesas, sus proyectos y compromisos se suelen quedar en agua de borrajas por culpa de ser casi lo mismo. Hacen agua por todas partes y el genoma humano les importa un bledo después de haber conseguido unos determinados objetivos. Es fácil hablar de tutelas y hacer apología de los principios universales, de la paz y la concordia como si éstas fueran el arma del futuro, mientras luego se acosa a las ideas o se masacra a los estados indefensos, e ir por la calle con caras de mormones parvularios o con cualquier cara de esas que nos venden las sectas de la nueva era. Lo triste no es el hábito o la piel de cordero que se puedan poner en sus ratos de ocio algunos responsables de solucionar los problemas y los conflictos, sino el estrabismo objetivo e ideológico que puedan padecer a posteriori al no querer ver las causas, dicho de otra forma, sería la obligación real que tienen con las demandas de un pueblo que quiere ser lo que es y lo que quiera ser, y lo que verdaderamente crea el conflicto, sus derechos y libertades que les corresponde, lo demás, los discursos apocalípticos de cara a una determinada galería social. La uti- lización de tutelas, pacificación, convivencias y otras formas de fraseología seudo pacifista son milongas crepusculares que no nos llevan a ningún buen puerto si no se llevan a cabo. -
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