Vivimos días de crisis. Nadie puede negarlo. Tal vez los ingenuos o los interesados en que, en realidad, todo fracase.

El esfuerzo que se ha desplegado a lo largo de los últimos años, los compromisos adquiridos ­que sólo niegan el interesado en incumplirlos y algún servil lacayo de por aquí­ y la esperanza que se ha extendido a todas las capas de la sociedad vasca ­incluso a los de San Gil, aunque ella lo niegue con aires de histeria­ pueden quedar en agua de borrajas. No albergo la menor duda al respecto.

El mapa de operaciones del proceso es inquietante. En primer lugar, porque si en un primer momento se establecieron dos líneas muy claras que dividían a quienes no reconocen el derecho de los vascos de quienes lo exigen y se determinó que de lo que se trata es de definir un terreno de juego y unas reglas que permitan a cada parte lidiar en igualdad de condiciones, hoy vemos que ya hay quien, como el PNV, se alinea en el terreno contrario. En el de la lealtad a las reglas de juego actuales, a las negacionistas. A las antidemocráticas, en definitiva. Y lo hacen con el paupérrimo argumento empleado por Urkullu: «Gracias al marco actual, Euskadi es, hoy, más nación que nunca». Alguien podría matizar que si no fuera por los que han resistido, hoy, Euskal Herria estaría diluida en meras diputaciones, tan fáciles de mangonear por los expertos jelkides.

Hay crisis, además, porque hubo compromisos que todos reconocen en privado, aunque los nieguen con aire de histrión en público. Y porque esos compromisos no se están cumpliendo. Así de sencillo.

No hace falta ser un lince de la política, ni un avezado aprendiz de Maquiavelo para entender que el alto el fuego de ETA y la propuesta de Anoeta se cimentaban en un proceso de diálogo prolongado en el tiempo y al cabo del cual se habían sentado las bases para que el conjunto de la ciudadanía vasca pueda decidir, en paz y libertad, su propio futuro. Esa y no otra es la clave.

Y ahora todo eso está en crisis. Porque Rubalcaba, acostumbrado a chalanear con los mercaderes vascos, ha creído que también con la izquierda abertzale podía jugar al trucamé. Porque en Sabin Etxea tiritaron de miedo sólo de pensar que un proceso serio podía dejar las vergüenzas de su pactismo al aire. Y porque, no lo duden, en Euskal Herria hay determinación y no necesidad de vender barato. -