Era la primera, y los alcaldes de los pequeños pueblos del Pirineo que aceptaron el programa de reintroducción de osos eslovenos decidieron llamarla Palouma, quizá con la esperanza de que trajera consigo la rama de olivo que pusiera fin a la polémica, a la oposición feroz de cazadores y de ganaderos a la presencia de este animal salvaje en las montañas. Pese a su nombre, no trajo la paz. Peor. Palouma, que evidentemente no sabía volar, acaba de partirse la crisma tras precipitarse por un barranco. Un accidente, según los gendarmes.

La llegada de Palouma no trajo la paz. Su muerte tampoco lo hará. Los ecologistas ya reclaman que se reintroduzca rápidamente otro plantígrado antes de que el letargo del otoño alcance al Pirineo. Y las asociaciones de cazadores y ganaderos se frotan las manos y alegan que los osos están bien en Eslovenia y que si aquí no los hay por algo será, que la madre naturaleza es sabia, como si la naturaleza que ellos respetan a golpe de escopeta tuviera raciocinio, como si el respeto que le tienen a la naturaleza no tuviera nada que ver con la extinción de este animal.

La paz fue aniquilada hace años, siglos, de estas montañas, de estos valles, de esta costa de la madre democracia. Ahora hay un programa de reintroducción para el que se ha barajado la puesta en marcha de dos mesas. No ha hecho falta traerlas de ningún sitio aunque se han buscado en Irlanda, Sudáfrica, Quebec y algún lugar más cuyo nombre desconozco. Los hay que apuestan por este programa de reintroducción y los hay también que pondrán, ponen ya, todas las trabas del mundo para que, como hace algunos años, la paz se parta la crisma en el precipicio de la impaciencia. Si algo quedó claro en el barranco que desde Lizarra llega hasta Garazi es que el recorrido es extremadamente tortuoso y que por muy esperanzado e ilusionado que se esté, el peligro acecha en el recodo más inesperado.

No puede ignorarse que este programa de reintroducción está en crisis. Tampoco puede ignorarse que las reservas de paciencia se están agotando en todas partes. Y la confianza se desvanece sobre todo allí abajo, donde por encima de ideologías la política rima con facturas, con familia, con hipotecas, con cárcel, con recuerdos, con pérdidas, con dolor. La democracia, como la naturaleza, tampoco es sabia. De su respeto depende nuestro futuro. Que nadie se engañe: si esto se parte la crisma no podrá decirse que fue un mero accidente. -