Mikel Arizaleta - Traductor
De Juana Chaos
No ha mucho escribía F.L. Chivite, en un artículo a propósito de Natascha, que «el ser humano puede adaptarse a cualquier situación por horrible que sea. Está demostrado. Junto con las cucarachas y las ratas, la especie humana es capaz de sobrevivir en el pozo más infecto y en las condiciones más extremas. Lo triste es que debemos considerar eso como una ventaja. Es la razón de que hayamos llegado hasta aquí. Sin embargo, y pese a todo, Natascha escapó. Esa es para mí la gran noticia. Que al final escapó. Que algo, en el interior de sí misma, le decía que debía huir. Y lo hizo. Esa es, al menos, la versión oficial». Claro está, el escritor se refiere a Natascha Kampusch, la muchacha austriaca que ha permanecido durante ocho años encerrada en un cuarto subterráneo.
Karlheinz Deschner analiza en el capítulo 5 del tomo VIII de su “Historia criminal del cristianismo” el denominado por la historia como el gran cisma eclesial de Occidente, el que va de 1378 a 1417, según unos, y hasta 1423 según otros, es decir, en la Baja Edad Media. O dicho de otro modo: la guerra de los papas entre sí. El doble y hasta triple papado dividió a la Iglesia en dos y tres obediencias. Cisma que surgió desde el seno mismo de la Iglesia y no desde fuera, cisma que no comienza por un problema teológico sino por la cuestión del papa legítimo y dura casi cuarenta años o, según otros, 52 con nada menos que siete antipapas. Urbano VI, Clemente VII, Juan XXIII... criminales confesos, torturadores, mercaderes de indulgencias. Si confiamos en lo dicho por los testigos, es decir, en una docena de cardenales, media docena de obispos y curiales entendido, eso sí, que ellos mismos eran iguales y no mejores, Juan XXIII, por ejemplo, fue cardenal y llegó a papa por soborno, se habría enriquecido colosalmente por la venta de valores eclesiales, mediante simonía y manipulación de indulgencias. Todavía poco antes de su destitución Juan XXIII era tan adinerado que pudo ofrecer al rey Segismundo un soborno de 100.000 florines de oro. Según los testigos mencionados el papa envenenó a su predecesor Alejandro y probablemente a su predecesor Inocencio. Cometió adulterio con la mujer de su hermano, tenía como concubina a la hermana del cardenal de Nápoles, se entregó a menudo a la homosexualidad, premió a uno de sus amantes con una abadía, etc. Un contemporáneo suyo escribió que «en el primer año de su pontificado sedujo a unas doscientas mujeres casadas, viudas y doncellas y a muchas monjas». En frase de Chivite, es una ventaja, es la razón de que todavía haya ratas y papas: su adaptación al medio, al poder, a los reyes absolutistas, a los fascistas, a los tiranos... a Pinochet, Franco y Aznar. Pero su adaptación supuso cadenas, tortura, muerte y pobreza para los más. Entonces para un 90% de la población. Ejemplo de manual es la Iglesia católica española, sus obispos y su larga historia. No, Juan XXIII ni es el único ni es el peor, es sin más uno de los muchos, como lo es Rouco Varela o Cañizares en nuestros días. Temieron siempre la libertad, a la persona libre y con criterio, a Jan Hus, Matthias von Janov, Milic von Kremsier, John Wyclif y otros muchos entonces, hoy a teólogos que se saltan su censura, a mujeres y hombres que buscan vivir su vida, a pueblos que quieren emprender su camino y su independencia.
Son muchos los que últimamente vienen escribiendo sobre el «recuerdo», «la memoria histórica» de la rebelión militar del 36 y su larga guerra e historia de tortura y muerte. Entre ellos Pablo Antoñana. Se va rompiendo el silencio impuesto, aparecen cadáveres de entonces en ribazos y matorrales de hoy, salen a la luz muertos y verdugos de aquellos años. Y cuando la luz brilla y se cantan versos tiernos a los asesinados en Otsoportillo, las ratas y las cucarachas se esconden y callan. Günter Grass confesó su pecado de quinceañero pero entre nosotros los SS-Waffen, verdugos y criminales de entonces han cobrado y cobran sueldos altos de jubilación y tienen placas en las calles. Y su pecado no fue de juventud.
Cualquier libro de historia relata que el rey actual, don Juan Carlos, nacido en 1938, era en los años 50, 60 y 70 un don nadie hijo de un tal don Juan, que se amamantó en el entorno de Franco a partir de noviembre de 1948 y chapoteó en el charco de un dictador, que torturaba, censuraba y nombraba a la gente a dedo. «Gigantesco pudridero», en palabras de Francisco Lacruz. «Juan Carlos juró a Franco de quien el periodista norteamericano Jay Allen el 28 de julio de 1936 dijo ‘otro enano quiere ser dictador’ que aceptaría ser el futuro rey de España sin salirse de las instituciones del régimen», y dijo a todo amén. Y por eso el 17 de julio de 1969 Juan Carlos fue proclamado príncipe de España y no de Asturias, como mandaba la tradición monárquica. «El futuro rey obtenía sus derechos de Franco y no de la legitimidad monárquica. Juan Carlos juró ‘durante su época interminable de príncipe de España’, en boca de Pérez Escolar fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional ante las Cortes». La monarquía perpetuaba la dictadura de Franco. «Todo había quedado atado y bien atado». Luego se dieron varios estados de excepción, se celebró en 1970 el consejo de guerra en Burgos contra dieciséis ciudadanos vascos y hubo penas de muerte, entre otras contra Jokin Goristidi y, aunque fueron muchos los que en el mundo alzaron su voz, el entonces príncipe Juan Carlos guardó silencio. En agosto y septiembre de 1975 los consejos de guerra dictaron ocho condenas de muerte. El 27 de septiembre, y pese a todas las peticiones de clemencia llegadas del mundo, fueron ejecutados cinco condenados, entre ellos Txiki y Otaegi, y el príncipe Juan Carlos salió al balcón a la derecha de Franco a ratificar la hazaña, la ignominiosa matanza. Y conforme a la ley de sucesión franquista del 28 de julio de 1969, el príncipe Juan Carlos fue proclamado rey el 25 de noviembre de 1975. Y juró, una vez más, fidelidad a las leyes fundamentales del franquismo y a los principios del Movimiento. «Se presentó así, dirá Joseph Pérez, como el heredero de Franco, quien había supervisado su educación y le había impuesto como sucesor suyo». En 1978 se aprobó la nueva Constitución y Juan Carlos se hizo demócrata por perjurio donde digo «digo» bajo juramento no digo «digo» sino digo «Diego», se quitó las correas como tantos, como Adolfo Suárez, secretario general del Movimiento en el gobierno de Arias Navarro, «falangista de camisa azul y chaqueta blanca», Fraga Iribarne, Rodolfo Martín Villa «auténtico camaleón político y consumado volatinero, que pasó de vestir camisa azul a ser ministro de la Gobernación de UCD y fue el causante de la quema y expolio de la documentación del franquismo», según investigación de Armengou y Belis, o José María Areilza, aquél que a principios de julio de 1937 pronunció a los cuatro vientos las democráticas palabras de: «Que eso quede bien claro: Bilbao ha sido conquistado por las armas. Nada de pactos y agradecimientos póstumos. Ha habido, vaya que sí ha habido, vencedores y vencidos. Ha triunfado la España una, grande y libre. Ha caído para siempre esa horrible pesadilla siniestra que se llama Euskadi y que era una resultante del socialismo por un lado y la imbecilidad vizcaitarra por otro: Vizcaya es otra vez un trozo de España por pura y simple conquista militar», uno de los infaustos alcaldes de Bilbao, por no seguir citando a tantos y tantos matones de la guerra y de la posguerra. «Tropa acomodaticia», les denominará Pérez Escolar. Y son éstos quienes, a partir de entonces, quisieron y quieren darnos lecciones de democracia. No es pues extraño que, con la nueva Constitución y a la vista de los nuevos gobernantes, sigan siendo miles los torturados y vejados vascos abertzales desde entonces en el estado español.
Pero también es verdad, como comenta Chivite, que pese a todo Natascha escapó. Es la esperanza. -
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