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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-11-06
Diego De Cristóbal - Educador Social
Menores extranjeros

La inmigración hace tiempo que ya no entiende de edades. Las pocas posibilidades de prosperar en ciertos países, la necesidad adolescente de buscar nuevas experiencias o la creencia en el europaraíso, hacen que cada vez sean más los chicos que por decisión propia o familiar abandonan su país y se embarcan en una aventura de la que desconocen casi todo. Por los diferentes motivos que llegan hasta aquí y por el hecho de estar pasando por una edad de autoconstrucción, de idas, venidas, de sueños, nos encon- tramos con características dispares y perfiles bastante heterogéneos. Unos, maduros y con serias dificultades de tener un futuro halagüeño, tienen clara su situación y unos objetivos bastante definidos. Otros son chicos que por diferentes circunstancias llevan en la calle desde hace tiempo, con todo lo que conlleva. Y hay otros, con una situación económico-familiar estable, que en plena crisis adolescente e influidos por el efectivo marketing capitalista, deciden poner rumbo al Norte.

Esta sociedad, no sólo ética y moralmente, de lo cual gastamos poco, sino legalmente, ha de responder a esta situación. La ley, que comprende muy poco de personas, responde asignándoles el apellido de «sujeto de derechos». Cuánto adelantaríamos si cambiáramos ese apellido y pasaran a ser sujetos de necesidades. Los derechos, que traen de la mano obligaciones, de momento no son capaces de atenderlas. ¿Cómo pretendemos obligar a alguien a algo cuando no se encuentran satisfechas sus necesidades? ¿Cómo pretendemos que se inserten en nuestra sociedad, si ella misma es incapaz de darles una respuesta?

Las necesidades físicas y materiales (alimentación, alojamiento, higieneŠ) de los jóvenes que atienden las instituciones ­porque todos no son atendidos­, están cubiertas. No pensemos que por ser necesidades básicas son las más importantes. Qué fácil es y qué bien quedan los niños limpios, aseados y regordetes en las fotografías. El verdadero trabajo, señores, no está aquí.

Podríamos resumir en una frase todas las necesidades restantes. Necesidad de inserción, necesidad de comprender su realidad, de desarrollarse como personas, de poder ofrecerse un futuro con garantías y compartirlo en nuestra sociedad. Conociendo un poquito el panorama, está claro que no estamos respondiendo a las mismas y no estamos haciendo bien nuestro trabajo. ¿Dónde fallamos?

Empecemos hablando de la colaboración institucional. El sistema hace que cerremos los ojos ante las dificultades de otras provincias o instituciones por la saturación de sus recursos, o por su escasez. Cuanto más lejos estén los problemas, menos trabajo tenemos. Y si es así, podríamos pensar que cuanto mejor hagamos el trabajo que tenemos, más chicos acudirán a nosotros para resolver sus problemas. ¿Es eso lo que de verdad se busca?

Si la colaboración y coordinación institucional es mínima, no podemos encontrar una unificación de criterios a la hora de intervenir con estas personas. Observamos diferencias abismales respecto a la documentación necesaria para certificar una minoría de edad, en muchas ocasiones abandonada a la lotería de una prueba médica obsoleta; respecto a los tiempos y criterios de regularización de la situación legal, que en ocasiones hacen que chavales que están inmersos en un proceso de inserción positivo tengan que abandonar centros por mayoría de edad sin lograr el permiso de residencia; respecto a empadronamientos, tarjetas sanitarias, acceso a recursos formativos, y una larga lista más de contrastes incompresibles.

También podríamos replantearnos la intervención directa que se realiza desde los diferentes proyectos que trabajan con estos chicos. En muchos de ellos encontramos condicionantes que afectan en gran manera a la propia intervención. Por citar algunos de ellos reseñaríamos las plazas disponibles, desbordadas en varias ocasiones e incluso constantemente en algunos proyectos; su ubicación, en ocasiones alejada de los recursos y en otras demasiado cerca de factores de riesgo (consumos, delincuencia); la falta de espacios físicos para poder realizar actividades formativas, de ocio, o incluso para poder llevar una vida cotidiana normalizada; y por supuesto, limitaciones respecto al tamaño, aspecto muy importante de cara a poder ofrecer un trabajo efectivo. Encontramos recursos que atienden a 60 o 70 menores simultáneamente, y salta a la vista que no es lo más parecido a un núcleo familiar, importante en cualquier adolescente. Además, sorprende que en la mayoría de los recursos se opte por generar recursos únicamente para extranjeros. Difícil de entender si pretendemos una inserción a todos los niveles. Si es así, deberíamos promover, en algún momento del proceso, espacios de convivencia con adolescentes autóctonos.

Y teniendo en cuenta los diferentes perfiles de estos jóvenes, sus necesidades y las de los recursos, ¿qué proyecto somos capaces de ofrecer? Si somos capaces de imaginarnos a grandes rasgos uno que responda a todo ello, podríamos hablar de un proyecto progresivo, que cumpla con tres fases: una de acogida inicial, en la que verifiquemos correctamente la minoría de edad, identifiquemos a la persona, atendamos las necesidades inmediatas, comprobemos la realidad de la situación de desprotección, ayudemos a adquirir hábitos básicos de convivencia y logremos hacer consciente a la persona de su situación clarificando su proyecto migratorio, algo que muchos de ellos ni se han planteado y es la base para iniciar su proceso de inserción. Por el gran impacto que supone, ya que la realidad no suele cubrir sus expectativas, deberíamos eliminar cualquier factor de riesgo que pueda desviar el trabajo que ha de realizar en esta tarea. Iniciado ya un proceso de inserción definiríamos una segunda fase, residencial, en un espacio cercano a los recursos comunitarios, en la que cada persona se vaya desarrollando a nivel personal, social, formativo y aprenda a asumir la responsabilidad de su proceso preparándose para la autonomía. En este transcurso llegaríamos a una tercera y última fase, en la que la línea entre la mayoría y la minoría de edad no fuese un obstáculo y en la cual la persona comience a desplegar autónomamente todo sus recursos.

Tenemos la idea, sólo nos falta el interés, los medios y la posibilidad para ponerla en marcha. -


 
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