La epidemia nacida en el norte del continente americano
recorre ya la vieja Europa. Es propagada por profesionales de toda índole:
pedagogos, psicó- logos, parasicólogos, echadores de cartas, sociólogos,
presentadores de televisión, numerarios del Opus y hasta algún político
profesional. La llaman autoestima.
Al oír el concepto por primera vez uno puede pensar que
estarían hablando del pecado de Onán, aquél que nos cuenta el Génesis al que, el
siempre misericordioso Yhavé, lo fulminó por desperdiciar las semillitas. Pero
no, no se refieren a la gratificadora y saludable práctica. Dicen que los
mayores problemas que tenemos los humanos los provoca la falta de autoestima.
Parece ser que nos queremos poco a nosotros mismos. No nos admiramos lo
suficiente. Y yo que creía que uno que se admira a sí mismo es un tipo
insoportable. Resulta que no, que es de lo más sano y feliz. Al parecer, ahora
también la felicidad va a ser obligatoria. No nos quieren ni fumadores, ni
obesos, ni tristes.
Para ser unos ciudadanos felices las empresas del
bienestar ofertan diversas mercancías: desde los tradicionales psi- cofármacos
hasta productos relativamente novedosos como los cursillos de «crecimiento
personal» en los que parece ser que entras como una personita escuchimizada y
sales hecho todo un personaje.
Para los que tienen menor poder adquisitivo existen los
denominados manuales de «autoayuda», (aquí todo es autoalgo), en ediciones de
baratillo, que vienen a ser como aquellos antiguos libros con títulos curiosos,
como por ejemplo “Cómo hacer amigos en quince días, so imbécil”.
En las escuelas, la autoestima es el concepto en boga,
dicen los que saben que un estudiante con buena autoestima tiene buenos
resultados académicos. La autoestima es causa de las actitudes constructivas en
los individuos y no su consecuencia. Si tienes buena autoestima serás feliz y
triunfarás. Que tienes un trabajo en precario, no sabes para qué sirve lo que
produces, la hipoteca de la casa de sesenta y cuatro metros no te deja dinero ni
para tomar potes con la cuadrilla, follas menos que un gato de escayola y, cada
dos por tres, pillas unas gastroenteritis que te vas por la pata abajo. Da
igual, lo importante es tener buena autoestima, autoayudarse mucho y crecer
personalmente.
¿Y los demás? A los demás que les den. -