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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-11-26
Antton Morcillo - Licenciado en Historia
Nicaragua sandinista

El triunfo del FSLN en las elecciones presidenciales de Nicaragua tiene, para toda una generación, un valor político y sentimental difícil de explicar.

Obviamente, el actual Frente Sandinista y el presidente in pectore Ortega no son los mismos que en julio de 1979 entraban triunfantes en Managua poniendo fin a la dictadura somocista. Aquellos jóvenes revolucionarios tienen 27 años más y en medio han pasado muchas cosas: guerra, agresiones, bloqueo, solidaridad internacional y pérdida de poder, de manera sorpresiva, absurda e injusta.

El tiempo transcurrido, los errores cometidos y la intoxicación ideológica de los grandes emporios comunicativos, le han quitado el Frente el halo romántico que tuvo en las décadas 70 y 80 del pasado siglo; aquellas imágenes de guerrilleros sonrientes, dichosos en la miseria, confiados en sus ideas y viviendo al día han pasado a la historia.

Los sandinistas popularizaron entre nosotros el término compañero o compañera, para referirnos a los que comparten trinchera y lucha por un ideal. Ellos también nos enseñaron que el futuro no se decreta, sino que laboriosamente se va conformando con lo que hacemos en el presente.

La revolución nicaragüense cerró el ciclo histórico previsto por Marx en 1848: la conquista del poder por campesinos y proletarios a través de insurrecciones armadas. Ellos fueron los últimos revolucionarios en tomar el poder. Después vendría la caída del Muro de Berlín, el desmantelamiento del Sistema Socialista y la crisis ideológica de la izquierda.

Durante décadas, la izquierda latinoamericana ha estado exportando levantamientos y revoluciones. El ideal de libertad y justicia sólo era factible a través de la insurrección armada; a la violencia despiadada de los gobiernos oligárquicos sólo se le podía oponer la violencia revolucionaria, lo único capaz de alterar la estructura de dominación política y económica mediante la cual una minoría dictaba sus designios contra la mayoría. Por si fuera poco, el trágico final del modelo de transición pacífica al socialismo experimentado por Salvador Allende en Chile confirmaba la inviabilidad de otra estrategia.

Hoy, la distribución mundial de la riqueza sigue siendo igual de injusta o más que hace 30 años, pero los levantamientos en armas prácticamente han desaparecido, y los que quedan, en no pocas ocasiones, se ligan a postulados terriblemente reaccionarios que poco tienen que ver con el ideal de libertad o justicia social.

Hoy, la izquierda de Latinoamérica exporta victorias en las elecciones. Ganar los comicios en las peores condiciones, incluso en el más fraudulento de los sistemas electorales, es el instrumento del que se dotan para llevar a cabo su proyecto político, o lo que es lo mismo, llegar al Gobierno para tomar medidas que favorezcan a los sectores sociales más desfavorecidos de esa terrible injusticia que es el continente americano.

Pero ganar unas elecciones no es tarea fácil, y para muestra el botón sandinista. A este movimiento político le ha costado 16 años de trabajo volver al poder, ver resultados, invertir una correlación de fuerzas que sor- presivamente se mostró negativa en 1990. Nadie esperaba que el pueblo nicaragüense diera la espalda a quien tanto había hecho por él, pero esa es la diferencia entre la democracia y el mesianismo.

La izquierda nicaragüense ha experimentado, como otras izquierdas americanas, que ya no hay atajos para los proyectos políticos, que la correlación de fuerzas se invierte trabajando y convenciendo al pueblo, a la sociedad a la que se quiere beneficiar.

Seguramente, los partidarios de la nostalgia romántica preferirían seguir viendo al Frente con atuendo guerrillero, al brasileño Lula con su buzo arengando a los obreros de Sao Paulo o a Evo Morales vestido de indígena para recorrer Europa en gira organizada por la gauche divine. Les criticarán haber escorado sus posiciones hacia el pragmatismo, no cambiar la situación de raíz y sin contemplaciones y no desafiar al FMI u otros centros de poder económico.

Sin embargo, ahora que están en los gobiernos pueden hacer muchas más cosas que cuando eran la oposición a los partidos con- servadores. Con todas sus limitaciones, tomarán medidas que mejorarán sustancialmente la vida de sus compatriotas. Si no tienen grandes meteduras de pata, eso será valorado por la ciudadanía que les volverá a otorgar la confianza en las próximas elecciones. Si lo hacen mal o no saben explicar lo que hacen, las perderán, y tendrán que volver a empezar a conseguir suficientes adhesiones para recuperar el poder. Desde luego, el día a día de la con- tienda política es menos emocionante, menos trepidante que el día a día de una revolución, pero también menos dramático.

Hoy sabemos, ­Latinoamérica también nos lo enseña­, que lo importante no es dar con lo fórmula que te permita ganar al enemigo, sino el pensar en cómo ganarte a tu pueblo, en qué hay que hacer para que los que tú quieres, te quieran. La imposibilidad de avanzar en la democracia, la dificultad de lograr la libertad no reside tanto en la cerrazón del que domina, sino en la incapacidad del dominado para cambiar la correlación de fuerzas. Cambiar las cosas requiere de mucha persuasión, seducción y trabajo. Camino largo, pero a la vista de los acontecimientos, único posible. -


 
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