Así apodaron algunos a Ramón Rabanera cuando accedió por primera vez al cargo de diputado general de Araba, y resultó que ha batido récord de permanencia en el puesto, con dos legislaturas. A esa segunda legislatura le faltan aún unos meses para terminar, pero Rabanera ya ha dicho por activa y por pasiva que no seguirá a la cabeza de la Diputación arabarra, que no se presentará a las próximas elecciones forales, y han empezado ya los empalagosos halagos de la «oposición».

Este fin de semana las Juntas Generales de Araba han celebrado el pleno de política general, en el que una vez al año la institución foral hace un repaso a la marcha de la legislatura y presenta los compromisos de futuro. Esta vez, sin embargo, Rabanera ha aprovechado para hacer un balance absolutamente triunfalista de lo que ha sido todo su mandato, y la oposición, aunque ha criticado el vacío de gestión de esta legislatura, parece que ha decidido reservarse para esa próxima en la que, según dicen, se va a dar «el cambio». Habrá que verlo.

Ninguna de las fuerzas políticas que proclaman esa necesidad de cambio en la gestión del territorio arabarra desde la Diputación ha dicho por qué quiere el cambio, hacia qué dirección habría que cambiar, con qué objetivo o con qué mimbres o apoyos pretenden contar para conseguirlo. Y así, con esa indefinición tan grande, sólo puede esperarse que esos partidos que mostraron tanta visión política al apodar a Rabanera El Breve, hagan sus análisis ahora con la misma falta de conocimiento y ausencia de proyecto político para Araba. Un territorio tan denostado y tan disputado a la vez, incluso por los «representantes electos» que han invertido estos dos días en un intercambio de parabienes que pagaremos, en forma de dietas, las personas de a pie que nos pagamos los potes de nuestro bolsillo.

Menos mal que la próxima legislatura la izquierda abertzale estará de derecho y de hecho en las instituciones. Tanto comadreo, tanta oposición que no se opone, tanto codazo en el bazo pero con sonrisa para la foto, no sólo aburren, sino que resultan muy perjudiciales para la salud. Huele a naftalina en el palacio foral. Y no es Rabanera precisamente quien esparce ese aroma, sino todos esos partidos que están ya, desde ahora, aferrados a los bordes del sillón presidencial, esperando a hacerse con él, sin más idea en la cabeza que la decoración con que renovarán los despachos. -