Natalie Vallès - Integrante de la Comisión de Inmigración de Batasuna
Proceso de resolución, de paz, democrático
Qué es una guerra? ¿Cómo la vivimos? ¿Qué es el deseo de paz? ¿Por qué? ¿Qué implica desear la guerra, el combate? ¿Qué diferencia a la fuerza de la violencia? ¿Quiénes son las personas a las que amamos, nuestras víctimas? ¿Quiénes son esos que, pase lo que pase, nos quieren muertos o moribundos? ¿Quién determina la ley del vencedor? ¿Quién decide que sólo perdure la «regla vencedor-vencido» en beneficio de contenciosos históricos y políticos que a su vez perdurarán mientras no se desencadene un verdadero proceso de paz democrático, única garantía de resolución duradera del conflicto?Suele decirse «conoce a tu enemigo como a ti mismo». Pero hay que saber también que tu amigo no está siempre allá donde centras tu mirada. Que tu verdugo es siempre tu cóm- plice al tiempo que tu asesino, ya que es el que tiene más interés en verte volver a coger las armas para defender tu dignidad, para mantenerte en estado de guerra, para hacerte transitar de la fuerza a la violencia. Para tu enemigo una situación de paz es la guerra. Por ello la implicación de la sociedad civil en la resolución del conflicto, en el proceso de paz democrático, se convierte en una necesidad urgente. Es difícil, porque la guerra, ésta como otras, exige restituciones, reconciliaciones. No puede borrarse el pasado, los muertos, los heridos, las víctimas, sean éstas quienes sean y provengan de donde provengan. La guerra nos zambulle físicamente en nuestro presente y también en nuestro futuro, porque afecta a nuestro futuro institucional, a nuestra percepción de la democracia política, tanto al reparto de poderes como a la dimensión privada y afectiva, a la pérdida de seres queridos, a la pérdida de seres humanos de forma injusta y brutal, a la conmoción de nuestra cotidia- neidad. Esta guerra afecta a nuestra voluntad de elegir nuestro destino pero no cabe olvidar que nuestro destino está ligado al destino de la historia política del siglo XX, ahora del siglo XXI. El conflicto en Euskal Herria responde a las mismas reglas que rigen en todos los conflictos, es un conflicto antiguo y doloroso, que precisa de una legítima confrontación democrática de proyectos que se corresponda con las expectativas de cada uno pero también de que la sociedad civil participe en el logro de una restitución, de una concertación hacia la paz. El conflicto en Euskal Herria remite nuestro destino hacia su comunidad histórica, cultural y política. Se desgarra entre la reivindicación legítima de un pueblo a la autodeterminación y la permanencia de prácticas políticas heredadas de un pasado común al conjunto de la península y al que miran atentamente sus vecinos. El mayor provecho que pueden sacar los estados español y francés de la resolución de este conflicto es el de subir conjuntamente las escaleras del pasado, para alejarnos definitivamente de las tragedias, de las prácticas sociales y políticas heredadas del franquismo. La necesidad de reparación de un pueblo remite a modo de eco a la necesidad de restitución de los pueblos y personas cuyo corazón y destino están ligados a España como concepto «nacional político», como dictadura edificada sobre el silen- cio europeo, con su complicidad. Eso que no ha conseguido resolverse para Euskal Herria tampoco se ha resuelto para millones de personas. No olvidemos que en las calladas fosas de la península ibérica reposan los cuerpos de personas que no son nuestros ancestros, sino nuestros padres, nuestros amigos. No olvidemos que esas personas que tienen ahora cuarenta años han nacido y se han educado en la escuela de la dictadura. No olvidemos que millares de niños, hoy jóvenes adultos, han nacido del otro lado de los Pirineos porque sus familias debieron huir de la represión, la miseria, el miedo, la muerte... El conflicto en Euskal Herria nos remite también a la realidad actual y a la mundialización de los conflictos militares, económicos y sociales. Refleja lo que la ética exige: une verdadera igualdad de derechos entre todos los seres humanos en un mundo mayoritariamente en guerra donde los más pobres, los que padecen más precariedad, pagan siempre el precio más elevado. Una sociedad civil que se precie de serlo está compuesta por personas de todas la edades, de todas las obediencias, de todos los orígenes, y desea ante todo construir en paz un presente y un futuro donde las instituciones de que se dote le garanticen la libertad de expresión, de trabajo, de aspirar a una vida mejor en dignidad. Debe tener garan- tizado que la democracia es aceptar los procesos democráticos, puedan estos cambiar o no la faz histórica y geopolítica de los estados, de la organización de los pueblos y las naciones. Esa sociedad civil es la que rinde duelo, que garantiza el respeto, el rechazo a olvidar, la capacidad de rendir homenaje a las víctimas directas y colaterales que la guerra haya ocasionado, la que garantiza la representación de cada uno, tanto en la dimensión privada como en la dimensión pública, participando, desde la igualdad de derechos y del reconocimiento de todos, sean cuales sean sus orígenes, en la resolución del conflicto. Quiero creer que sigue vigente el deseo de dar solución democrática a este conflicto, como militante, como mujer, como inmigrante que ha elegido construir su presente y su futuro en este territorio. Reafirmo la necesidad histórica y política de esa solución y me reafirmo en mi deseo de compartir ese futuro en igualdad de derechos y de condiciones con todos sus habitantes, independientemente de que hoy dispongan o no de papeles, dependan del Estado francés o del español. -
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