Nos hemos reunido dice el Gran Maestre para resolver el conflicto que azota nuestro reino: gentes obcecadas que no quieren pertenecer a él.
¡Mil diablos! interrumpe el caballero Ignis no existe más conflicto que una cuadrilla de asesinos... Procede exterminarlos.
Quizá fuese más prudente sugiere Pánfilus ejercer nuestra tarea de gobierno sin reparar en ellos, como si no existieran.
El Gran Maestre puntualiza: «¿Cómo ignorarlos si no hay alba o crepúsculo en que no sean el centro de nuestros quebrantos?».
¿Y si recurriésemos a la complicidad de alguno de ellos? sugiere Simplicius.
Vano empeño le advierte Fragmentarius. Siempre hemos contado entre ellos con aliados incondicionales. Más aún, cuando los dioses nos fueron propicios promovimos divisiones y sucedáneos con la esperanza de que las gentes les dieran la espalda y perdieran el apoyo con que cuentan. ¡Mal haya, nunca lo hemos logrado!
Reclamemos la colaboración de otros reinos que nos son afines. Podríamos así perseguirlos donde quiera que se refugien, no tendrían respiro ni descanso... No le falta razón a Nazioartekus, pero la respuesta de Objetivus es irrefutable: tales alianzas son antiguas y sólidas, pero no han demostrado suficiente eficacia.
¡Un Pacto! Sellemos entre nosotros un pacto sugiere Pactancius para borrarlos del mapa.
Ya sellamos evoca Memorandus no un Pacto, sino tres; al grito de ¡Dios salve a los demócratas! ensayamos incontables argucias y no conseguimos liquidarlos. ¿Cómo olvidar las marchas multitudinarias, las campañas difamatorias, los lazos azules...?
Éramos demasiada gente apuntilla Pragmacius, quizá un pacto más corto en participantes y más largo en rigores...
¿Hasta qué extremo? lamenta Depresivus haciendo honor a su nombre. Quienes destacaban de entre ellos están perseguidos, enjuiciados o encarcelados. Siguen privados de sus derechos, de identidad, nos apropiamos de sus locales y pertenencias, ha tiempo que no perciben sus soldadas...
¡Exageras! le espeta Perplexus. Ningún político podría sobrevivir a la penuria ¿Conoces algún pez que nade sin agua o pájaro que vuele sin aire?
El silencio espeso que invade la asamblea queda roto para una voz frágil: «¿Y si respetásemos lo que ellos decidan...?». Un griterío terrible ahoga las últimas palabras de Ekuanimus: «¡Cruzada, cruzada!».
Nos hemos reunido dice el Gran Maestre para resolver el conflicto...
¿Repetirán los caballeros otra nueva ronda de desatinos que nada resuelve y todo lo encona? -