Una multitud en un recorrido inusual y con un deseo comun
El museo guggenheim ha sido destino de miles de personas desde su inauguracion, hace ya diez años. Sin embargo, sus brillantes placas de titanio no habian mostrado nunca el reflejo de una multitud como la que ayer se congrego en su exterior a convocatoria de milakabilaka
Una pancarta que mostraba su apoyo a la juventud de Euskal Herria recibía a las personas que se iban acercando, en pequeños grupos primero y a modo de riadas después, al punto donde se iba a dar inicio a la manifestación.
Allí, aguardaban decenas de voluntarios que ofrecían pins y bonos de ayuda, que servirán para dar aliento a esta iniciativa popular. Como se recordó en la intervención final, son los ciudadanos quienes deben sustentar en todos los sentidos esta nueva experiencia que pretende empujar en el camino de la resolución. A los pocos minutos, no había solapa sin la «K" de Milakabilaka.
No había pancarta que llevar y a falta de ella, fueron miles los carteles con el lema de la convocatoria los que dieron color a la marcha, que arrancó entre fuertes aplausos.
Junto a los promotores de la manifestación, en la cabecera, una delegación del Sinn Féin avanzaba portando una bandera irlandesa. Una muestra de solidaridad bien conocida en ambos paises y que fue agradecida por quienes aguardaban al paso de la marcha.
Esta se detuvo apenas unos metros después de comenzar su recorrido, aún en el recinto del museo, ya que frente a la gigantesca y patilarga araña de metal que guarda la pinacoteca esperaba un artista de sobre conocido en este país. Era Fermin Muguruza, que desde una alta plataforma hacía llegar a los oidos de los congregados los sones de la canción creada expresamente para Milakabilaka.
Apenas fueron unos minutos, pero sirvió para dar energía a la manifestación, que a partir de ahí, y siguiendo las líneas que marcan los raíles del tranvía, no paró hasta avistar el escenario levantado frente al puente del Ayuntamiento.
Por la ria
Todo esto sucedía en tierra firme, porque en las aguas del Ibaizabal, varias traineras hacían el mismo recorrido, una de ellas, comandada por el incombustible José Luis Korta, patrón por escelencia.
No eran, en cualquier caso, las únicas embarcaciones que surcaban la cada vez menos sucia ría bilbaina, ya que un pequeño bote mostraba también su apoyo a la manifestación haciendo sonar ruidosas bocinas y enseñando el lema de la convocatoria en un gran cartel.
Apenas cuarenta minutos tardaron en recorrer la distancia entre el Guggenheim y la plaza Pió Baroja. Al menos, quienes iban en los primeros lugares, ya que los que cerraban la larga hilera de personas tuvieron que esperar cerca de media hora más para escuchar las últimas palabras de Saroi Jauregi. Su intervención fue una nítida exposición de los motivos que han llevado a centenares de personas, algunas reconocidas por su trabajo en el ámbito cultural, deportivo, sindical y social de Euskal Herria, otras ciudadanos sin tanta proyección pública, a embarcarse en este iniciativa novedosa y llena de color, como el pin que la simboliza.
De hecho, una de las cuestiones en las que más se hizo hincapié en el breve acto, fue en el carácter popular de Milakabilaka, en su vocación de abrir camino en los pueblos y en los barrios de este país.
En la constatación, en definitiva, de que en la participación y el compromiso de los ciudadanos y ciudadanas está la llave que puede abrir la puerta de la resolución de un conflicto que ahoga a Euskal Herria desde hace demasiado tiempo.
Una reflexión que también pudo ver y escucharse en la pantalla gigante que daba forma al escenario, donde varias personas explicaban sus razones para adherirse al reto lanzado por Milakabilaka.
Ayer, en la orilla de la ría se dio un primer paso, pero son miles los que quedan por dar.