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La memoria de un pueblo esta escrita en su paisaje. Destruirlo borra su historia

Teresa Aranguren (Artziniega, 1944) ha pedido una excedencia en Telemadrid para incorporarse como consejera a RTVE. Ademas, acaba de publicar su primera obra de relatos, «Olivo roto: Escenas de la ocupación" (Caballo de Troya), que recoge su larga experiencia en Palestina, Irak, Jordania y Líbano.

¿Qué anima a la cronista a publicar un libro de ficción?
 La necesidad de contar más a fondo la realidad. Durante años he venido contando, a través de la crónica periodística, la vida y la realidad de las gentes del Oriente Próximo. La literatura me permite desprenderme de mi piel y hablar desde la piel del otro. Yo quería desaparecer como el observador occidental que soy y dar la voz a esas gentes, a las que yo creo que es necesario escuchar.

¿Cuándo toma contacto con esa población?
 Mi primera experiencia periodística relacionada con la guerra tuvo lugar en 1982, durante la invasión israelí de Líbano en el cerco de Beirut. Para mí, hay un antes y un después de Beirut. Estuve en aquel Beirut que se bombardeaba a diario y, aunque fue una experiencia terrible -vi morir a mucha gente, vi por primera vez a los heridos por bombas de fósforo-, tuve la suerte de vivir una experiencia bella. En las situaciones extremas sale lo mejor y lo peor del ser humano. Esa perspectiva de la muerte como algo cercano daba una gran generosidad en las actitudes, una búsqueda de la conversación y del contacto humano.

¿Es un libro de denuncia?
 Es un libro que está escrito con un sentimiento de indignación. Me indigna lo que lleva ocurriendo durante tanto tiempo con los palestinos, con los libaneses, con los iraquíes... Pero, sobre todo, cada vez me irrita más la indiferencia de Occidente y la incapacidad de darse cuenta de que es desde Occidente desde donde llevamos décadas causando dolor, sufrimiento y agresiones militares a los pueblos de esa zona. A pesar de ello, les percibimos como la amenaza.

Aunque protagonizados por personajes de ficción, sus relatos se basan en hechos reales.
 Son personajes imaginados porque la imaginación es lo que me permite contar la realidad más hondamente. Ramiro Pinilla dice que a él le interesa la imaginación y no la fantasía porque la imaginación se mantiene en los márgenes de la realidad y la fantasía es para evadirte de ella. Yo suscribo eso totalmente. La imaginación me ha permitido traspasar la barrera entre el observador y el observado y poner voz a las gentes de las que hablo. Los personajes están construidos con el material de la vida, de la realidad que yo he visto.

¿Cómo es recibido el periodista en Palestina o en Irak?
 El palestino protege al periodista y le da igual que sea de la CNN, de una televisión autonómica o de un medio independiente, porque es consciente de que necesita testigos. Y, aunque existe una prevención hacia el occidental y hacia lo que cuenta, siempre le va a amparar y a proteger. No ocurre lo mismo con el Ejército israelí, evidentemente.

A diario consumimos, casi sin inmutarnos, imágenes sobre el horror en otros lugares del planeta. Usted apuesta en este caso por las palabras. ¿Valen más que una imagen?
 No tengo ninguna duda. Detesto la frase `vale más una imagen que mil palabras'. Es falsa. Valen mucho más las palabras, y una misma imagen puede tener sentidos muy distintos según las palabras que la acompañen. Los que trabajamos en televisión lo sabemos muy bien. La imagen tiene el poder del impacto emocional, pero no es con impactos emocionales como se comprende mejor el mundo. Lo que requiere el intento de comprender el mundo es análisis, reflexión. Los impactos emocionales son muy manipulables.

Ha cuidado el lenguaje y ha optado por un título metafórico.
La sociedad árabe es una sociedad muy arraigada a la tierra. Nada simboliza mejor la tierra que el árbol. El olivo allí es algo que tiene que ver con la historia de uno. El pueblo palestino es un pueblo al que se ha tratado borrar de la historia; se ha querido eliminar su pasado, su memoria. Y su memoria está escrita en el paisaje, en los cultivos, en los limoneros, en los olivos milenarios. Son su memoria las casas que el Ejército de ocupación destruye. La memoria de un pueblo está escrita en su paisaje y por eso el olivo roto tiene este sentido, la de una memoria rota, la de una historia borrada.

Ha seguido con especial interés el conflicto palestino-israelí.¿Cuál es su visión del momento actual en la zona?
En las instancias políticas saben cuál es la solución y, además, está escrita en las resoluciones de la ONU. El obstáculo clave es la ocupación y no la violencia, como se está diciendo. Cuando se utiliza ese término, se está pensando en el suicida palestino que se pone el cinturón de explosivo, cuando la violencia raíz de todo el conflicto está en la ocupación. El caso de Irak tiene sus diferencias. La ocupación es claramente militar; los americanos no van a hacer asentamientos allí. Esa es la ventaja que tiene Irak con respecto a Palestina, pero, al mismo tiempo, puede resultar más terrible porque lo que ha habido en Irak ha sido la destrucción de toda la estructura de un país. No puedo ser ni medianamente optimista, aunque sé que hay situaciones en las que es necesaria la solución porque, si no, es la catástrofe. La propia necesidad hará inevitable que, en un momento dado, se aborde la solución.

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