Enseñanzas de la vida
El fragor de la borrasca también nos ha enseñado a reconocer quiénes manipulan la paz y quiénes la construyen
Jesus Valencia - Educador social
La espiral de violencia nos envuelve. A las incontables agresiones por parte del Estado responde ETA y seguidamente replica el Estado con nuevos y sañudos castigos. Días de fuego y represalia que han tenido una virtualidad ilustrativa: ayudarnos a distinguir entre quienes manipulan la paz o la construyen.
Los primeros, quienes manipulan el concepto de paz, profieren gritos histéricos que parecen querer anunciar el fin de mundo. En sus lamentos hay mucho de rabia y no poco de escenificación. Acariciaban el final de unas reivindicaciones nacionales que les incomodan y de la única violencia que reconocen. Nunca abordaron las causas de un conflicto en el que no creen. Daban por hecho que el alto el fuego sería irreversible y que, tras el silencio de las armas, llegaría también el silencio de los botarates a los que desprecian y aborrecen. Pero el atentado de Barajas quebraba sus infundadas fantasías. Consumatum est. Proclamaron que todo había terminado y señalaron con su dedo acusador a aquellos quienes ellos tienen como los únicos culpables. Sus invocaciones a la paz son actos de guerra, que nunca se hallan acompañados de compromisos a favor del acuerdo. ¿Cuándo se han implicado en la gestación de los tiempos nuevos que todos anhelamos? Están dolidos, pero menos que los otros, los verdaderos constructores de la paz.
El fragor de la borrasca también nos ha enseñado a reconocer a estas buenas gentes que trabajan para construir la paz.
Asumen la existencia del conflicto y están dejando la pelleta en su empeño por solucionarlo. Saben que no hay paz sin justicia y que a ésta sólo se llega dialogando. Se trata de gentes heterodoxas y honestas, que son auténtico revulsivo de conformistas y cobardes. El toma y daca de las violencias múltiples les duele más que a nadie porque son quienes más están poniendo en juego en la apuesta. No entienden la bomba de Barajas como punto final sino como un obstáculo más en el sendero del diálogo.
Nunca han tirado la toalla ni han interrumpido su tarea. Conscientes de que cada día es diferente, encuentran, también en todas las agresiones, nuevos estímulos para reforzar su empeño. Se han lanzado al barrizal y chapotean en el lodo de una ciénaga que quieren drenar. Son ya bastantes y, cada día, son muchos más. Parlamentarios de Europa, expertos internacionales en mediaciones para la resolución de conflictos, Amigos de Euskal Herria que se movilizan en gran número de ciudades europeas exigiendo diálogo, las admirables mujeres que conforman Ahotsak, el brillante testimonio de la emigración que se ha organizado en Anitzak para ser parte activa en la solución y, ahora, Milakabilaka que despierta interés en el mismo día de su alumbramiento.
Con todas estas iniciativas, ¿no estaremos conformando ya esa avalancha imparable de conciencia y compromiso que conseguirá desbrozar las acequias? ¡Ojalá!
La espiral de violencia nos envuelve. A las incontables agresiones por parte del Estado responde ETA y seguidamente replica el Estado con nuevos y sañudos castigos. Días de fuego y represalia que han tenido una virtualidad ilustrativa: ayudarnos a distinguir entre quienes manipulan la paz o la construyen.
Los primeros, quienes manipulan el concepto de paz, profieren gritos histéricos que parecen querer anunciar el fin de mundo. En sus lamentos hay mucho de rabia y no poco de escenificación. Acariciaban el final de unas reivindicaciones nacionales que les incomodan y de la única violencia que reconocen. Nunca abordaron las causas de un conflicto en el que no creen. Daban por hecho que el alto el fuego sería irreversible y que, tras el silencio de las armas, llegaría también el silencio de los botarates a los que desprecian y aborrecen. Pero el atentado de Barajas quebraba sus infundadas fantasías. Consumatum est. Proclamaron que todo había terminado y señalaron con su dedo acusador a aquellos quienes ellos tienen como los únicos culpables. Sus invocaciones a la paz son actos de guerra, que nunca se hallan acompañados de compromisos a favor del acuerdo. ¿Cuándo se han implicado en la gestación de los tiempos nuevos que todos anhelamos? Están dolidos, pero menos que los otros, los verdaderos constructores de la paz.
El fragor de la borrasca también nos ha enseñado a reconocer a estas buenas gentes que trabajan para construir la paz.
Asumen la existencia del conflicto y están dejando la pelleta en su empeño por solucionarlo. Saben que no hay paz sin justicia y que a ésta sólo se llega dialogando. Se trata de gentes heterodoxas y honestas, que son auténtico revulsivo de conformistas y cobardes. El toma y daca de las violencias múltiples les duele más que a nadie porque son quienes más están poniendo en juego en la apuesta. No entienden la bomba de Barajas como punto final sino como un obstáculo más en el sendero del diálogo.
Nunca han tirado la toalla ni han interrumpido su tarea. Conscientes de que cada día es diferente, encuentran, también en todas las agresiones, nuevos estímulos para reforzar su empeño. Se han lanzado al barrizal y chapotean en el lodo de una ciénaga que quieren drenar. Son ya bastantes y, cada día, son muchos más. Parlamentarios de Europa, expertos internacionales en mediaciones para la resolución de conflictos, Amigos de Euskal Herria que se movilizan en gran número de ciudades europeas exigiendo diálogo, las admirables mujeres que conforman Ahotsak, el brillante testimonio de la emigración que se ha organizado en Anitzak para ser parte activa en la solución y, ahora, Milakabilaka que despierta interés en el mismo día de su alumbramiento.
Con todas estas iniciativas, ¿no estaremos conformando ya esa avalancha imparable de conciencia y compromiso que conseguirá desbrozar las acequias? ¡Ojalá!