Guiyu deja el cultivo del arroz para recolectar chatarra
Los habitantes de guiyu, una aldea china, han pasado de cultivar arroz a dedicarse al reciclaje de la basura electronica que produce el resto del mundo. El negocio es mucho mas rentable. Ganan mas, si, pero a costa de perder la salud y dañar su entorno natural. Hombres, mujeres y niños destripan restos de aparatos sin proteccion, lo que les expone a sustancias toxicas.
Los habitantes de Guiyu, en la desarrollada costa china, han abandonado el cultivo del arroz como medio de vida por un negocio mucho más rentable pero implacable con su salud y el medio ambiente: el reciclaje de la basura electrónica del resto del mundo.
El 70% de los desechos electrónicos del planeta están en China y buena parte de ellos llegan, violando la Convención de Basilea, desde los países desarrollados hasta el puerto de Nanhai. Desde allí, una red ilegal de importadores los transportan a la pequeña localidad de Guiyu, donde entre colinas de teclados, cables y placas, hombres, mujeres y niños funden y destripan restos de artículos electrónicos, sobre todo ordenadores, sin apenas protección, lo que les convierte en presa fácil de las 700 sustancias tóxicas incluidas en esos objetos. Con las manos desnudas, el 80% de los 150.000 habitantes de Guiyu buscan materiales como cobre, plástico o acero, que luego venden a los mercaderes de segunda mano.
«Muchos emigrantes rurales han llegado hasta Guiyu atraídos por unos salarios de entre 2 y 3 dólares la hora, muy superiores a lo que ganan en el campo. Tienen que elegir entre tener suficiente dinero para vivir o su salud", explica Jamie Choi, responsable de campaña de Greenpeace.
Plomo en la sangre
En este gran vertedero de la sociedad de la información apenas se usan máscaras y la herramienta más avanzada tiene forma de taladro, afirma. Los perjuicios para la salud tienen un exponente demoledor: el 80% de los niños de Guiyu presentan niveles altos de plomo en la sangre, lo que causa en daños en el sistema nervioso y reproductor, según constató un estudio de la cercana Universidad de Shantou.
«Los niños, sobre todo los hijos de los emigrantes, se dedican a hacer las labores más sencillas. Están 24 horas trabajando, respirando, jugando con los materiales peligrosos", explica Choi. Entre tanto, Wu Yuping, de la Administración Estatal de Medio Ambiente (SEPA), subraya que «no se puede encontrar agua potable en 50 kilómetros a la redonda", porque las sustancias tóxicas se amontonan en las riberas del río y se filtran de forma subterránea.
En 1994, la Convención de Basilea, suscrita por casi todos los países desarrollados menos EEUU, prohibió la exportación de desechos peligrosos de los países ricos a los pobres, incluidos los destinados al reciclaje. «Greenpeace ha visto barcos que parten de Holanda a China, cargados de residuos electrónicos", dice Choi, y muchos llegan a Guiyu.
Allí, entre las labores cotidianas está la de desarmar placas madre en un hornillo casero de carbón en busca de los codiciados chips, que contienen oro o también fundir las carcasas de los ordenadores para transformar el tóxico PVC en piezas que se destinan a objetos que, curiosamente, vuelven a acabar en el mundo occidental: las flores de plástico.
Cada año el planeta genera entre 20 y 50 millones de toneladas de desechos electrónicos, de acuerdo con datos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA): el 80% acaba en Asia, y de ese porcentaje, el 90% llega a China. Aunque Guiyu es el más célebre, hay otros vertederos de este tipo en el país. «En los suburbios de ciudades como Pekín o Tianjin hay pequeñas chabolas dedicadas a desarmar objetos electrónicos que acaban en Guiyu", subraya Choi.
El Gobierno estudia un proyecto de ley para que los fabricantes de ordenadores, televisores, refrigeradores, lavadoras y aparatos de aire acondicionado chino se responsabilicen de reciclar sus productos. La medida responde a las peticiones de los ecologistas, que consideran que son los fabricantes quienes tienen que asumir la responsabilidad por sus productos, en la línea ya emprendida en la UE.
Los habitantes de Guiyu, en la desarrollada costa china, han abandonado el cultivo del arroz como medio de vida por un negocio mucho más rentable pero implacable con su salud y el medio ambiente: el reciclaje de la basura electrónica del resto del mundo.
El 70% de los desechos electrónicos del planeta están en China y buena parte de ellos llegan, violando la Convención de Basilea, desde los países desarrollados hasta el puerto de Nanhai. Desde allí, una red ilegal de importadores los transportan a la pequeña localidad de Guiyu, donde entre colinas de teclados, cables y placas, hombres, mujeres y niños funden y destripan restos de artículos electrónicos, sobre todo ordenadores, sin apenas protección, lo que les convierte en presa fácil de las 700 sustancias tóxicas incluidas en esos objetos. Con las manos desnudas, el 80% de los 150.000 habitantes de Guiyu buscan materiales como cobre, plástico o acero, que luego venden a los mercaderes de segunda mano.
«Muchos emigrantes rurales han llegado hasta Guiyu atraídos por unos salarios de entre 2 y 3 dólares la hora, muy superiores a lo que ganan en el campo. Tienen que elegir entre tener suficiente dinero para vivir o su salud", explica Jamie Choi, responsable de campaña de Greenpeace.
Plomo en la sangre
En este gran vertedero de la sociedad de la información apenas se usan máscaras y la herramienta más avanzada tiene forma de taladro, afirma. Los perjuicios para la salud tienen un exponente demoledor: el 80% de los niños de Guiyu presentan niveles altos de plomo en la sangre, lo que causa en daños en el sistema nervioso y reproductor, según constató un estudio de la cercana Universidad de Shantou.
«Los niños, sobre todo los hijos de los emigrantes, se dedican a hacer las labores más sencillas. Están 24 horas trabajando, respirando, jugando con los materiales peligrosos", explica Choi. Entre tanto, Wu Yuping, de la Administración Estatal de Medio Ambiente (SEPA), subraya que «no se puede encontrar agua potable en 50 kilómetros a la redonda", porque las sustancias tóxicas se amontonan en las riberas del río y se filtran de forma subterránea.
En 1994, la Convención de Basilea, suscrita por casi todos los países desarrollados menos EEUU, prohibió la exportación de desechos peligrosos de los países ricos a los pobres, incluidos los destinados al reciclaje. «Greenpeace ha visto barcos que parten de Holanda a China, cargados de residuos electrónicos", dice Choi, y muchos llegan a Guiyu.
Allí, entre las labores cotidianas está la de desarmar placas madre en un hornillo casero de carbón en busca de los codiciados chips, que contienen oro o también fundir las carcasas de los ordenadores para transformar el tóxico PVC en piezas que se destinan a objetos que, curiosamente, vuelven a acabar en el mundo occidental: las flores de plástico.
Cada año el planeta genera entre 20 y 50 millones de toneladas de desechos electrónicos, de acuerdo con datos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA): el 80% acaba en Asia, y de ese porcentaje, el 90% llega a China. Aunque Guiyu es el más célebre, hay otros vertederos de este tipo en el país. «En los suburbios de ciudades como Pekín o Tianjin hay pequeñas chabolas dedicadas a desarmar objetos electrónicos que acaban en Guiyu", subraya Choi.
El Gobierno estudia un proyecto de ley para que los fabricantes de ordenadores, televisores, refrigeradores, lavadoras y aparatos de aire acondicionado chino se responsabilicen de reciclar sus productos. La medida responde a las peticiones de los ecologistas, que consideran que son los fabricantes quienes tienen que asumir la responsabilidad por sus productos, en la línea ya emprendida en la UE.