La fatalidad de la diva francesa Edith Piaf abre la Berlinale
«La môme. La vie en rose", el retrato de la tortuosa vida de la cantante Edith Piaf desde el punto de vista del director Olivier Dahan, inauguró ayer la 57ª edición de La Berlinale. Dahan y su equipo llevaron a Berlín algo del ambiente del Olympia parisino. Hasta el 18 de febrero 370 películas provinientes de 50 países inundarán los cines de la capital alemana.
Gemma CASADEVAL | BERLIN
La 57ª edición del festival internacional de cine de Berlín empezó ayer y durará hasta el próximo 18 de febrero. Durante los próximos diez días se mostrarán en diferentes cines de la capital alemana 370 películas provenientes de 50 países. De éstas 22 compiten por el Oso de Oro.
Una de las películas a concurso es «La môme. La vie en rose», que abrió ayer la Berlinale y que interpreta la vida tortuosa, desgarrada por la fatalidad y la adicción de Edith Piaf, encarnada por Marion Cotillard.
La película de Olivier Dahan no es como para ver la vida de color de rosa y la capital alemana amaneció, además, bajo una fina capa de nieve y un cielo plomizo, poco propicio para desplegar glamour en la inauguración. Pero Cotillard y el resto del equipo de Dahan llevaron a la Berlinale algo del ambiente del Olympia parisino en que Yves Montand, Jean Cocteau o Charles Aznavour aplaudieron a una Piaf que, con poco más de cuarenta años, tenía el cuerpo de una mujer de 70.
«Un retrato, no una biografía»
Cotillard, la actriz francesa que encarna a Piaf desde los 19 años hasta su muerte en 1963, con la metamorfosis física y mental que ello comporta, dejó al público conmocionado, con un film que no quiere ser biográfico, según Dahan. «No hice una biografía, sino un retrato», explicó Dahan tras el pase de prensa, custodiado por Cotillard y varios de sus actores, aunque no por su secundario de lujo, Gérard Depardieu, quien interpreta al empresario que descubrió a Piaf cantando en la calle.
Se trata de un retrato algo forzado, en definitiva, en que obvia aquello que no le interesa y se concentra en lo que sí, y para el que Dahan reconoce «no haber hablado con quienes la conocieron», pero sí haber leído «todo o mucho de lo que se ha escrito sobre ella».
La película de Dahan crece en los momentos en que se escucha la poderosa voz de Piaf y tropieza en los tópicos. Desde una infancia con connotaciones de Charles Dickens, con una Edith niña deambulando entre prostíbulos y circos ambulantes, a la adolescencia ya alcoholizada, a modo de «herencia» paterna, y al único gran amor que retrata, el vivido con el boxeador Marcel Cerdan.
Piaf no fue mujer de un único episodio amoroso, sino que estuvo casada tres veces y vivió múltiples pasiones y amistades tormentosas, incluido un capítulo con Marlene Dietrich, «pero me centré en Cerdan porque ése era el capítulo que me interesó», dijo Dahan.
Dietrich aparece fugazmente y de Montand o Cocteau se sabe que existieron únicamente «por alusiones», que es lo único que se les dedica.
Un film autobiográfico que no quiere serlo y una aproximación al personaje que en ocasiones roza la caricatura, por mucho que Cotillard se esfuerce justo en lo contrario. «Evité en todo momento la sobreinterpretación porque sé que es el principal peligro a que me exponía con este personaje», declaró la actriz, hermosa y maravillosa ante la prensa, hasta el punto que costaba reconocer en ella a la decrépita Piaf de «La môme».
«Non, je ne regrette rien»
Cotillard se mete en la piel de la diva torturada, a quien ni siquiera en la infancia se retrata con un rostro fresco y a la que la vida sólo se le plantea «en rose» bajo el impacto del amor con Cerdan. La muerte de éste y un paralelismo entre esa pérdida y otra mucho más remota, la de la hija que tuvo casi en la adolescencia, dejan un rastro de fatalismo en la mujer del «Non, je ne regrette rien».