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Teología para la paz

Félix Placer Ugarte

Profesor en la Facultad de Teología de Gasteiz

Entre las diversas posiciones ante el proceso de paz en Euskal Herria, no hay duda de que el factor religioso juega un papel que debe ser considerado. No sólo porque determinadas jerarquías, personas y grupos eclesiásticos de aquí y de allí se pronuncian sobre el tema con talantes muy diversos y hasta divergentes. También, creo, porque en muchas posiciones políticas, sociales, populares laten connotaciones religiosas donde los dioses que cada uno adora se imponen a juicios y acciones.

Desde la teología es urgente, en primer lugar, desenmascarar esos dioses ocultos en los pliegues de razonamientos y posturas. Hoy, en nuestra compleja situación política y social, cuando muchos en nombre de su dios moral, político, económico pretenden sacrificar el proceso de paz en sus altares, es necesaria una crítica también teológica (primera tarea de una reflexión honesta sobre Dios) de sus intereses encubiertos, legitimados por razones y principios para ellos irrefutables, sagrados. En su negación del derecho a hablar, dialogar, negociar a ETA y su llamado entorno, en los obstáculos permanentes al proceso de paz, en sentencias judiciales que conculcan derechos humanos y mantienen penas hasta el final ¿no late una arrogancia cuasi-divina que se atribuye el derecho a emitir juicios definitivos y a decidir absolutamente?

Una ética elemental no deja de poner en evidencia esas posturas que atentan contra básicos derechos humanos. Pero la crítica teológica va más allá y denuncia actitudes, juicios y acciones que responden a un concepto de dios todopoderoso creyéndose irrefutables portadores dogmáticos de lo divino y lo humano.

La teología cristiana denuncia esas concepciones y posturas. Porque su referente básico es Jesús de Nazaret quien fue un hombre pacificador. Trabajó por la paz hasta la muerte. Y la muerte le vino por su manera de trabajar por la paz. Dejó muy claro que la paz viene por el camino de los oprimidos que padecen violencia; pero no una violencia pasiva, sino activa y liberadora: «derribando a los poderosos», «dispersando a los soberbios», «privando de bienes a los ricos», «liberando a los cautivos».

La teología trata de ser fiel a aquel hombre que descubrió su divinidad no imponiendo, sino liberando de ataduras a los oprimidos, los últimos y marginados, muriendo como uno de ellos. Propone que en esas personas que sufren las consecuencias de las diversas violencias y luchan por la justicia, que están abiertas al diálogo, al encuentro, al respeto del otro, al perdón y reconciliación, están los caminos más auténticos que conducen a la paz deseada. Desde esta perspectiva teológica a nadie se puede eliminar.

Cuando los obispos de Bilbao mantuvieron su convocatoria dentro de la campaña por la paz en su diócesis, a pesar de las difamadoras críticas de quienes convocaron, con posteridad, la manifestación de Madrid, demostraron serenidad y valentía pastorales y morales. Sin embargo sus palabras «exigiendo a la organización terrorista ETA que desaparezca definitiva y totalmente, sin dilaciones ni contrapartidas» proponían eliminar del escenario político a un sujeto determinado. ¿Con quién dialogar a fin de superar esa violencia y dar un paso decisivo -no el único- hacia la paz? ¿No sería más teológico pedir que a mayor problema, diálogo más amplio?

Me pareció más «teológica» la propuesta de Milakabilaka que abogaba por el diálogo, el respeto a Euskal Herria y la paz para todos. Todos y todas somos necesarios para crear otro escenario y avanzar en el camino de la paz sin violencias, desde la justicia, en especial con quienes más sufren las consecuencias de su ausencia. Aplaudo también el coraje de los obispos Ricardo Blázquez y Karmelo Etxenagusia para pedir perdón porque «ante las víctimas del terrorismo... no somos del todo inocentes, ni como ciudadanos de este país ni como miembros de esta Iglesia local de Bizkaia». Pero, ¿nuestra Iglesia es inocente ante la conculcación de los derechos humanos de los presos, ante el caso de Iñaki de Juana, la denuncia de torturas o el sumario 18/98, entre otros...? ¿No hubiera sido teológicamente más honesto hacer una referencia a estas realidades tan penosas para muchos hombres y mujeres de nuestro pueblo?

En segundo lugar, dentro de la oscuridad y pesimismo ante la solución del conflicto que muchos no ven, otros no quieren ver y bastantes impiden, es preciso abrir desde la teología de la esperanza horizontes nuevos e impulsar sin miedos caminos audaces y creativos para un proceso de paz renovado en su fondo y en su forma.

Cuando Jesús de Nazaret irrumpió proféticamente en el conflictivo mundo de su tiempo anunciando la liberación de los oprimidos, utilizó siguiendo el lenguaje de su tiempo la metáfora del reino de Dios. Era el símbolo bíblico para un mundo diferente, para otro mundo posible. Se concretaba desde la realidad de los pobres y marginados. No se trata de un símbolo sólo para otra vida, sino de una semilla que brota y crece ya en nuestra tierra con signos evidentes entre nosotros. ¿Acaso no lo son los esfuerzos por desterrar las desigualdades económicas, por hacer un pueblo libre y dueño de su destino, la voluntad y pasos para superar toda violencia y proponer la paz desde la justicia, el reconocimiento de todas las víctimas, de los derechos de los presos, la extensión de nuestra lengua como aceptación de la identidad de Euskal Herria?

Por fin, tarea de la teología es colaborar para descubrir nuevos paradigmas que superen situaciones de estancamiento. La reivindicación de la amnistía ¿no podría ser interpretada desde la teología como un signo de los tiempos, como proceso hacia ese nuevo paradigma de relaciones en todos los órdenes de la convivencia? La amnistía bíblica y teológica se inspira en una concepción trascendente de la persona y de sus relaciones superadoras del enfrentamiento, del odio, de la irreconciliación, propone una concepción de la existencia humana -en cuanto referida a Dios- abierta, relacionada, creativa; que transforma lo estático e inmovilista en dinamismos permanentes de libertad y solidaridad. En el proceso de construcción de la paz en Euskal Herria, la amnistía que asume con honestidad y justicia la memoria de un pueblo, exige y motiva la osadía y generosidad de todos en las dimensiones y relaciones internas y externas. Es lucha y esfuerzo continuos que encaminan a las personas, a Euskal Herria y a todos los pueblos y estados hacia un nuevo paradigma de libertad, justicia y solidaridad, compromiso ineludible de una auténtica teología de la paz en nuestro pueblo y en nuestro mundo.

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