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Ovejitas de cartón

La ciencia del sueño

Koldo LANDALUZE

 

 

 

La senda onírica que el guionista Charlie Kaufman iniciara con «Cómo ser John Malkovich» comienza a resultar cansina. A raíz de aquella experiencia singular que nos permitió colarnos en la cabeza del mismísimo Malkovich, una serie de autores ha encontrado una buena excusa dramática para analizar, desde una perspectiva surrealista y alucinógena, los males que atenazan al urbanita actual.

Tras la anodina «Human Nature», el cineasta francés Michel Gondry vuelve a probar fortuna en un territorio engañoso, resbaladizo pero tremendamente fascinante y abierto a infinitas posibilidades: los sueños. Por ese motivo, porque Gondry jamás se lanza a la piscina de celuloide que tanto predica desde la pantalla, «La ciencia de los sueños» se transforma en un rácano y aburguesado ejercicio surrealista. También se sabe que intentar trasladar a una pantalla los laberínticos vericuetos de los que se compone un sueño puede acabar con la paciencia del más bregado teórico en Nonsensé, pero al menos podría resultar mucho más instructivo y libertario.

Tras un prólogo en el cual Gael García Bernal teoriza sobre los ingredientes que debe tener un buen sueño, la película nos acerca las tribulaciones emocionales y laborales de un joven que regresó desde México para reiniciar una nueva vida en París. Su carácter creativo choca frontalmente con su nuevo trabajo y ello motiva que el protagonista se sumerja en una sucesión de elucubraciones oníricas que le permitirán crearse un mundo a su medida. Lo irreal se convierte en real lo cual provoca que su rutina se funda con sus paseos oníricos. Afortunadamente, el soñador encontrará en la imagen de una joven el detonante que equilibrará ambos mundos. Detrás de este esperanzador argumento Gondry propone una sucesión de recortes de cartón en movimiento y una tonalidad gris que contradicen las intenciones del argumento.

CRÍTICA
cine

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