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La crisis del reparto del mundo «made in USA"

El poder económico y político de los EEUU se hace notar en los cinco continentes, como consecuencia del objetivo de la nueva derecha norteamericana de imponer en el mundo la «pax americana". Pero, en opinión del historiador José Miguel Arrugaeta, estos planes unilaterales pueden fracasar como resultado de resistencias de muy diversa índole.

José Miguel Arrugaeta

Historiador

El Imperialismo norteamericano, ganador absoluto de la Guerra Fría, estrenaba el siglo XXI con la percepción de que el mundo se había vuelto ingobernable para sus intereses. Se sucedían las crisis económicas y sociales provocadas por las políticas neoliberales, se cuestionaba la hegemonía norteamericana mediante la creación de bloques regionales en el Tercer Mundo, la oposición política renacía en el sistema de Naciones Unidas, el conflicto de los Balcanes tensaba todos los acuerdos, China aparecía como un nuevo centro de poder económico y militar-espacial, mientras la ampliación de la Europa Comunitaria hacia el Este, unida a la aparición del euro frente al dólar y el acercamiento de Japón a China y otros países asiáticos, amenazaba la hegemonía norteamericana. Al mismo tiempo la oposición popular a la globalización imperialista y neoliberal tomaba forma de un inmenso movimiento internacional sin objetivos claros ni unidad de criterios pero con una enorme capacidad movilizadora e ideológica.

Los atentados del 11 de septiembre, como caídos del cielo, marcan un antes y un después en la historia, no por los hechos en sí mismos sino porque dan inicio al intento del imperialismo norteamericano de repartirse el mundo unilateralmente, con las repercusiones internacionales de una decisión de ese tipo.

La nueva derecha norteamericana venía gestando desde hacía décadas una política basada en el criterio de que el mundo debe repartirse de acuerdo a la fuerza de cada cual y a su capacidad de liderazgo, por supuesto referidos siempre a ellos mismos, y todo obstáculo a este fin debía eliminarse o no ser tenido en cuenta.

Con la amenaza de un oscuro y misterioso enemigo, que amenaza permanentemente la civilización, los EEUU proclamaron su nuevo manifiesto en medio de un bombardeo mediático e ideológico sin precedentes: cualquiera que se opusiera a los intereses del imperialismo norteamericano sería calificado como terrorista o colaborador; el presidente de los EEUU lo resumió con su simpleza característica pero fácil de entender: «quien no esté con nosotros está contra nosotros», y aprovechó la ocasión para aclararnos que hablaba con Dios directamente y que éste no era neutral, por si a alguien le cabía alguna duda.

Las coherencia y agresividad norteamericana a partir del 11-S obedece a la simple lógica de repartirse el mundo de acuerdo a sus intereses y a los de sus multinacionales, el final que han planificado debería resultar una Pax Americana para varias décadas, donde ellos controlen las principales reservas estratégicas de recursos naturales y biológicos, ejerzan su hegemonía política e ideológica en el mundo de manera incontestable, concentren y administren el conocimiento tecnológico, y los mecanismos de explotación económica les permitan trasladar un importante flujo de capital financiero de manera permanente desde el Tercer Mundo hacia su tejido económico para mantener su crecimiento económico y sostener el inmenso costo de su poder mundial.

Una de las primeras consecuencias de esta decisión estratégica fue que todo el sistema de relaciones internacionales -ONU, Derecho Internacional...- debería supeditarse a los intereses norteamericanos, a partir de entonces el menosprecio a los intereses de los demás toma carta de oficialidad.

Al calor del 11 de septiembre la invasión de Afganistán será la primera acción de esta política. Una guerra lejana y oscura cuyo objetivo declarado fue derribar al marginal régimen Talibán, pero que escondía proyectos más ambiciosos, como situar contingentes militares norteamericanos permanentes en los países de Asia Central, controlando así las inmensas reservas de gas natural. EEUU se coloca al mismo tiempo a las puertas de Rusia, amenaza a China con presencia militar, y se erige en juez y árbitro de dos potencias emergentes no fiables: India y Pakistán.

Además, la agresividad norteamericana hacia Corea del Norte con amenaza de guerra preventiva y la postura activa en contra de una posible unificación de Taiwán a China, debían lograr condicionar los movimientos chinos en todos sus ámbitos naturales de expansión.

La segunda escena del nuevo reparto mundial estilo norteamericano será la invasión de Irak, que supone el control efectivo y directo de una de las mayores reservas del mundo de petróleo, un enorme negocio especulativo en la reconstrucción de un país demolido intencionalmente y el manejo de las más importantes reservas de agua del Medio Oriente, imprescindible para cualquiera de los países del área, reforzando al mismo tiempo la política intransigente de su aliado sionista y amenazando directamente a Siria e Irán, dos países inamistosos con los EEUU.

Esta segunda invasión suscitó desde su gestación fuertes reticencias en otros imperialismos europeos, pues Francia, Alemania y Rusia no veían la necesidad de una acción de esa magnitud de resultados dudosos.

Para América Latina el plan norteamericano se basaba esencialmente en la configuración de un bloque económico, conocido como Asociación de Libre Comercio para las Américas (ALCA), sin apenas negociaciones ni plazos de integración y que por su asimetría sería una mera absorción del mercado latinoamericano por la economía norteamericana, vedando este espacio emergente a la CEE, Japón o China,; mientras refuerzan su presencia militar selectiva en lugares estratégicos como Perú, Paraguay, Plan Colombia y el Caribe.

Africa no parece constituir por el momento una prioridad, pero ello no impide observar un creciente interés norteamericano en países con recursos naturales, especialmente petróleo, pues según especialistas el Africa Negra debe alcanzar en unos años el 16% del total de la producción petrolera mundial.

Claro que repartirse el mundo en un mapa de diseño, asesorado por multinacionales y militares, y llevarlo a la realidad son cosas muy diferentes. Pasados apenas seis años del inicio de este nuevo control del mundo las informaciones hablan de dificultades crecientes en Afganistán. La ocupación de Irak se ha convertido en un callejón sin salida, lo que unido al fracaso de la agresión sionista al Líbano colocan al imperialismo norteamericano y a su agresivo socio israelita en el peor escenario imaginable para ellos.

Mientras, en América Latina, los avances de integración del MERCOSUR, el afianzamiento de la revolución bolivariana en Venezuela y las victorias de las fuerzas populares en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, que revitalizan el papel de Cuba, son todo un desafío para Washington.

Estas crecientes dificultades y fracasos incluso han hecho reaccionar a la parte considerada liberal del poder económico y político norteamericano; su victoria en las pasadas elecciones legislativas les ha permitido cuestionar, aun con tibieza, la política de la nueva derecha y de las grandes industrias del petróleo. Sin embargo, sólo reclaman rectificar el sentido unilateral de este reparto del mundo para dar cabida a los otros imperialismos amigos.

Si la derrota de esta pretensión unilateral norteamericana de dominar el mundo se hace realidad, su fracaso será, por primera vez en la historia, el resultado de resistencias de muy diverso tipo y con diferentes objetivos locales o regionales: la resistencia iraquí, los procesos de cambios sociales en América latina, la perseverancia del pueblo cubano, el movimiento contra la guerra y la globalización con toda su diversidad, los planteamientos de diversos gobiernos en defensa de su soberanía, las firmes políticas de grupos y organizaciones revolucionarias... Estos y muchos otros movimientos y prácticas de resistencia y lucha están siendo los protagonistas de algo que parecía imposible el 12 de septiembre del 2001.

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