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El mono blanco

«El último rey de Escocia"

Koldo LANDALUZE

 

 

El que quiera ver en este filme un acercamiento completo a la figura del dictador Idi Amin está muy desencaminado lo cual ya es, de por sí, una gran decepción si tenemos en cuenta el reclamo publicitario que ha supuesto el Oscar interpretativo de Forest Whitaker y, sobre todo, la riqueza dramática que habría propiciado la realización de un biopic medianamente inteligente dedicado a una bestia de las características del dictador ugandés.

La apuesta del cineasta Kevin Macdonald resulta decepcionante sobre todo porque la perspectiva que adopta es la del occidental que debe encontrar una «excusa» dramática -un hilo conductor- acorde con la perspectiva sesgada, cultura y opinión tergiversada del llamado Primer Mundo. Los males de África y un personaje como Amin son tan complejos que superan con creces las intenciones finales de este filme que tiene en la poderosa presencia de un desaprovechado Whitaker su único punto de interés.

Evidentemente, la figura de Amin habría requerido de un metraje excesivamente largo, lo cual ha provocado que el autor se haya decantado por un tratamiento narrativo extremadamente ambicioso -acapar la ascensión y caída del dictador- y tan limitado como el que nos propone Giles Foden en su original literario, lo que se concreta en la presencia artificiosa de un joven médico idealista que chocará de frente con el horror Amin. De hecho, la irrupción de este personaje ficticio no es más que la suma de aquellos occidentales que fueron seducidos por la corte del Señor de todas las Bestias de la Tierra y de los peces del Océano; y esta suma, englobada en un único personaje, repercute negativamente en el desarrollo moral y emocional del joven médico escocés; acaparando en exceso la atención de la historia, convirtiéndolo en protagonista y relegando al mismísimo Amin a un rol secundario.

Todo ello da como resultado una trama cuyo desenlace desemboca en un ridículo folletín romántico-político determinado por una historia de amor y cuernos. La priorización de este detonante catárquico eclipsa por completo el papel desempeñado por Gran Bretaña en la creación de semejante monstruo y en el propio diseño de un Idi Amin cuyas crueldades quedan relegadas a fotografías testimoniales y a caprichosos arranques de furia.

 

CRíTICA
cine

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