La revelación de Lotina de que sus jugadores lloraron ayer tras la derrota hace recordar a uno lo sucedido el día en el que el Hernani consumó su descenso a Primera Regional. Mientras los demás lloraban, un jugador dijo en el vestuario que de nada valía llorar, que lo que tenían que hacer todos era quedarse en el equipo y subirlo al año siguiente. Dicho y hecho. Se quedaron, subieron al año siguiente a Preferente y ahora tienen opciones de ascender a Tercera División. Salvando las distancias, porque el fútbol amateur poco tiene que ver con el profesional, lo necesario en estos momentos no son las lágrimas sino el compromiso de los mejores jugadores de quedarse en este equipo para devolver al club a la Primera División.

El gran temor en el entorno de la Real es que si se produce el descenso los mejores jugadores de la cantera se puedan ir. Tanto es así que hasta los más críticos públicamente con ellos pedían en la última Junta a los canteranos que se comprometieran a seguir si bajaban. En ese sentido decisiones como la de Aranburu de seguir el año que viene deben ser el ejemplo a imitar por los jugadores que lloraban ayer.